Durante el sexenio del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) el Estado mexicano se vio envuelto en una batalla propagandística, tanto al interior como en el exterior, contra aquellos entes y grupos que se oponían a su modelo gubernamental, el cual, estaba perfilado hacia una izquierda con sentido social. Esta situación vivió su punto más álgido justo en el proceso socioeconómico que desembocó la expropiación petrolera de 1938.
La estructura del sistema político postrevolucionario de la época tenía diversificado los esfuerzos de propaganda y publicidad en varias plataformas institucionales, y no se manejaba un mensaje estatal unificado; es decir, la comunicación política se desarrollaba de manera multilateral, desorganizada y sin rumbo. Dicha dinámica se mantuvo incluso en los dos primeros años de la presidencia cardenista, pero, eso cambió al entrar el año de 1937.
Ante las adversidades que sufría el gobierno federal contra potencias extranjeras y sectores conservadores en suelo nacional donde se le criticaba ferozmente, Cárdenas decidió que debía contar con un organismo que centralizara toda la comunicación gubernamental bajo un mismo eje para eficientar sus resultados. Así mismo, determinó que el personal encargado de operar esta nueva corporación tendría que ser especialista en el área para lograr desarrollar, en palabras del propio presidente, “una publicidad y propaganda certeras, enérgicas [y], científicamente preparadas”.
Fue así entonces que tras el decreto presidencial que ordenó una reforma a la Ley de Secretarías y Departamentos de Estado, el 01 de enero de 1937 nació la primera oficina formal de comunicación social del gobierno mexicano, el Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad (DAPP), siendo configurado para reportarle directamente a la Presidencia. Su objetivo era claro: gestionar la propaganda oficial, divulgar el discurso presidencial, crear una imagen de Estado, defender la ideología del régimen, fortalecer la identidad nacional, moldear la opinión pública, y sobre todo, controlar a los medios y canales de comunicación.
El general Cárdenas nombró como jefe del despacho a Agustín Arroyo Chagoyán, un curtido político y periodista revolucionario que se había distinguido en la lucha por las causas populares, quien para ese momento fungía como subsecretario de Gobernación. Arroyo era originario de Guanajuato, y en los últimos años del régimen porfirista, fundó periódicos que usaba para atacar a la dictadura. Ya en la Revolución, organizó contingentes en el Bajío y hasta fue compañero del escritor Martín Luis Guzmán en su paso por el villismo.
En el transcurso final de la presidencia del general Plutarco Elías Calles (1924-1928), denominado como el “Jefe Máximo de la Revolución”, Arroyo estuvo a cargo de la gubernatura guanajuatense desde 1927 a 1931, periodo que coincidía gran parte con el de Lázaro Cárdenas cuando fue gobernador de Michoacán. En esa época, ambos políticos se hicieron aliados y formaron un bloque agrarista que se oponía ligeramente a las políticas de Calles que dificultaban el reparto de tierras. En síntesis, Agustín Arroyo era un individuo de todas las confianzas de Cárdenas, y por eso, se le encomendó la dirección de la comunicación política de su gobierno.
La historiadora Sylvia Dümmer Scheel, quien ha dedicado parte de su trabajo a estudiar el rol que jugó el DAPP en la diplomacia mexicana, enfatiza que esta organización fue fundada “en el creciente auge internacional de la propaganda como disciplina, profesión y herramienta política”.
Además, su diseño se inspiró en diversas oficinas de comunicación estatal que tenían otros gobiernos contemporáneos, como por ejemplo, el Ministerio de Propaganda de la Alemania nazi que era encabezado por Joseph Goebbels, ya que incluso el servicio exterior de México que estaba instalado en tierras germanas se dedicó a recabar información sobre su modelo estructural.
Para reforzar la idea anterior, Dümmer recuperó un mensaje de un periodista dirigido a Arroyo fechado en 1938, en donde se afirmaba que “los fascistas y nazis desgraciadamente han sentado un precedente en el mundo, [sobre] en qué forma debe hacerse la propaganda”.
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Al Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad se le asignaron atribuciones complejas en aras de cumplir una comunicación social eficaz sobre las implementaciones del Plan Sexenal de Cárdenas. La información entera que salía de todas las secretarías y departamentos era captada, procesada, y después, difundida y explotada por el DAPP (principalmente en boletines) hacia la prensa, las gubernaturas, las comandancias militares, los consulados del extranjero, y otros entes importantes.
Arroyo y su equipo tenían a su alcance el manejo de varios sectores y canales: el ramo editorial para la generación de libros y revistas; las radiodifusoras oficiales, donde de hecho, se fundó La Hora Nacional en julio de 1937, programa que aún después de 86 años se sigue transmitiendo; la producción cinematográfica para películas y documentales con una fuerte carga ideológica, como el filme Los niños españoles en México; el control de la distribución de papel para la elaboración de periódicos; también, desde industria musical se gestaron canciones populares; y por si fuera poco, la prensa podía ser manipulada para fabricar una percepción positiva del gobierno bajo la amenaza de censura, facultad que la oficina tenía derecho de aplicar.
Es probable que el esfuerzo más intenso que el DAPP realizó durante sus tres años de existencia fue la campaña que promulgaba la soberanía energética a través de la expropiación petrolera. Los comunicólogos del gobierno idearon una estrategia propagandística que abarcó diferentes estilos de contenidos.
Crearon corridos que se introdujeron en programas de radio y en la prensa; hubo películas alusivas al tema, por ejemplo, México y su petróleo; se contrató a poetas, como al reconocidísimo Alfonso Reyes, para hacer versos que glorificaran la expropiación; y se repartió masivamente papelería en folletos y carteles que buscaban movilizar a la sociedad para apoyar al gobierno.
Finalmente, para 1939 el presidente Lázaro Cárdenas llegó a la resolución de disolver su oficina de comunicación política, ya que consideró que la razón por la cual se había creado ya estaba superada. La estructura del DAPP pasó a replicarse en cada una de las secretarías, especialmente en Gobernación y Relaciones Exteriores, y de hecho, varios colaboradores fueron reintegrados en las nuevas instancias informativas.
Aunque los estudiosos de este tema tienen numerosas hipótesis sobre las intenciones reales que conllevaron a la desaparición del DAPP, la mayoría coincide en dos aspectos: la expectativa de la oficina era tan alta que no cumplió los objetivos como se esperaba; y por otro lado, el proceso transitorio del poder presidencial con la llegada del general Manuel Ávila Camacho, inmerso en el contexto geopolítico del inicio de la Segunda Guerra Mundial, pudo influir en el regreso de las atribuciones en materia de comunicación a las secretarías de Estado.
Lo cierto es que las operaciones del DAPP, la gestión de Agustín Arroyo, y la formación de un equipo profesional de publicistas, sentaron las bases para que dentro del gobierno federal se le diera una verdadera importancia estratégica a esta área de la política. Los presidentes subsecuentes reconocieron ampliamente el valor que tenía el control eficaz de la percepción, la imagen y la opinión pública para legitimar el régimen y mantener a la clase dominante en el poder.
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