Las sociedades son narratológicas. Se organizan en torno a un tipo de discurso que necesariamente incluye un conflicto: las narraciones.
Este es el postulado de la Escuela de Essex que encabezó el académico argentino Ernesto Laclau. La narración en política lo es todo y va más allá del “Storytelling”, tan en boga ahora.
Las cosmogonías son un tipo de relato de largo aliento que ordena a las civilizaciones; estos discursos plantean un conflicto a superar, una misión para los pueblos y unos antagonistas.
Estas narraciones dan sentido a la existencia de las sociedades, explican los sucesos cotidianos, construyen identidad, asignan roles sociales e incluso organizan el tiempo.
Los relatos son como las instituciones sociales tradicionales, como la familia, el Estado, la iglesia, el ejército o la escuela. Tienen la función de estructurar las conductas de las personas y propiciar la organización de la sociedad.
Un relato poderoso logra movilizar a las sociedades, para bien y para mal. El relato hitleriano de la puñalada por la espalda (propinada por ingleses y judíos en perjuicio del pueblo alemán) dejó profundas cicatrices en el mundo entero.
Leo Strauss, un académico estadounidense planteaba que los EEUU necesitaban permanentemente un enemigo externo que sirviera para unificar a la sociedad en torno a un propósito. Primero fueron los Nazis, luego los soviéticos, más recientemente los terroristas islámicos y los cárteles de las drogas.
Hacer política en democracia implica, entre otras cosas, construir relatos y asignar roles narrativos a los actores políticos y sociales, ubicar y explicar los acontecimientos en torno a un conflicto que necesariamente se habrá de resolver el día de la elección.
Ejercer el poder en democracia necesariamente implica comunicar, porque hay que persuadir a los votantes, motivar a los simpatizantes y disuadir o desmoralizar a los adversarios.
El poder es la capacidad de movilizar a los otros. Es la capacidad de “A” de hacer que “B” haga lo que “A” desea. La forma más refinada de ejercer el poder no es solo “convencer” a alguien que le conviene hacer lo que el líder propone. El poder en su máxima expresión es hacer que el ciudadano perciba y organice la realidad en función del relato que ha diseñado.
Cuando eso ocurre, el relato se convierte en ideología. Es decir, el relato es la base de los significados socialmente compartidos. Y de esto nadie se salva. Todos tienen ideología. Especialmente aquellos que acusan a los demás de actuar en función de una ideología.
La realidad está ahí, sin duda, pero su significado social depende de un discurso. Para algunos un cometa puede ser un mal augurio, la estrella de Belén o una roca helada surcando el sistema solar. El cometa es el mismo, su significado social depende del discurso con el que se mire.