Era una fría noche de otoño de aquel 27 de noviembre de 2004 cuando la vida de Marco Antonio Hernández Galván, de 18 años, llegó a un trágico final. Marco y su amigo Miguel Gerardo Rivera Alcántara viajaban en un Tsuru blanco junto con otros dos amigos. Eran días de la Feria Ganadera de Querétaro y todo parecía fiesta. Pero el destino les tenía preparada una tragedia.
Un incidente vial con tripulantes de una camioneta BMW X5 negra derivó en una discusión que subió de tono. Los jóvenes decidieron seguir su camino, pero los ocupantes de la BMW no estaban dispuestos a dejarlo pasar. Los persiguieron, los cercaron y lo que comenzó como un altercado verbal terminó en una tragedia.
El conductor de la camioneta, acompañado de escoltas, decidió tomar un arma. Según distintas versiones, pidió o arrebató el arma a uno de sus guardaespaldas y, en un acto de violencia extrema y prepotencia, disparó. Marco Antonio, en un acto de heroísmo, intentó proteger a su amigo. Pero la bala que iba destinada a otro destino se alojó en su cuerpo.
Los ocupantes de la BMW huyeron, dejando atrás a los jóvenes. Mientras esperaban desesperadamente la llegada de una ambulancia, Marco, a quien apodaban el Kikín por ser fan del entonces jugador de Pumas, fue llevado al hospital. Murió poco después.
Reconocimiento y negligencia
La tragedia pudo haberse quedado en un evento aislado, como pasan tantos en un país donde la impunidad ha anidado, pero meses después Miguel Gerardo reconoció al presunto asesino en una revista de sociales. Lo señaló públicamente y desató una serie de acciones por parte de las autoridades.
Sin embargo, éstas estuvieron marcadas por la negligencia. La Procuraduría de Justicia del Estado de Querétaro exoneró al principal sospechoso, argumentando que no había pruebas suficientes para culparlo, pero tampoco se identificó a ningún otro responsable.
A pesar de los testimonios y señalamientos, las pruebas nunca fueron suficientes para las autoridades. ¿El arma? Nunca fue asegurada. ¿El vehículo? Tampoco. La investigación se detuvo en un punto muerto… la justicia en México no es para todos.
La impunidad como herida abierta
Dos décadas después, el caso BMW es un símbolo de la impunidad que persiste en Querétaro. En 2004, Querétaro se mostraba como un estado seguro, un oasis en un México donde comenzaba una ola de violencia imparable. Sin embargo, esta narrativa comenzó a tambalear con casos como este, que evidenciaron la fragilidad de las instituciones de justicia locales.
Milán Kundera decía que la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido. Hoy, recordar a Marco Antonio Hernández Galván es exigir que su muerte no quede impune.
En un Querétaro convulso, donde la violencia ha tocado nuevos límites, este caso sigue siendo un recordatorio de que la impunidad es un enemigo constante. Veinte años después, el eco de aquella bala aún resuena, no sólo como una tragedia personal, sino como una herida abierta para la sociedad queretana.