Las encuestas hoy, no deciden la elección del 2027
Hay una tentación recurrente en la política: confundir una fotografía con el final de la película. Y eso es exactamente lo que empieza a ocurrir con la lectura que algunos quieren hacer de las encuestas rumbo a la elección de 2027 en Querétaro.
Los números están ahí: PAN y Morena aparecen como punteros.
Las gráficas se comparten, se celebran, se usan como argumento de fuerza. Pero hay un dato que crece en silencio y que debería encender todas las alertas: el número de indecisos crece.
En la medición más reciente de diciembre, de Demoscopia, el porcentaje de personas que aún no sabe por quién votar alcanza 16.2 por ciento, casi el doble de lo registrado el mes anterior. Ese dato, por sí solo, cambia por completo la conversación. Porque no estamos hablando de un segmento marginal, sino de un bloque de electores suficientemente grande como para modificar cualquier escenario.
Y sin embargo, es el dato que menos ruido hace.
Las encuestas, conviene recordarlo, no son un veredicto, son una foto instantánea. Miden reconocimiento, exposición, estado de ánimo. No miden campaña, ni desgaste acumulado, ni errores futuros, ni crisis inesperadas. Mucho menos miden lo que aún no ocurre.
Hoy, buena parte de los aspirantes que aparecen mejor posicionados lo están, en gran medida, por el lugar que ocupan en la estructura pública. Tener un cargo da visibilidad, agenda, micrófono. Aparecer todos los días genera familiaridad. Pero esa exposición no es neutra: también desgasta.
Gobernar implica tomar decisiones. Y toda decisión deja inconformes. El ejercicio del poder acumula facturas que no siempre se pagan de inmediato, pero que llegan. Frente a eso, la oposición juega con ventaja: criticar es más fácil que explicar, prometer es más cómodo que cumplir. Desde fuera, todo error ajeno suma.
Por eso, leer las encuestas sin contexto es un error. Porque no todos compiten desde el mismo punto de partida, ni con las mismas cargas. La pregunta relevante no es quién va arriba hoy, sino quién va a sostenerse cuando el tiempo avance y el desgaste haga lo suyo.
El crecimiento de los indecisos es una señal clara de que el electorado no está comprando discursos anticipados ni triunfalismos prematuros. Es una ciudadanía que observa, que espera, que compara. No es apatía: es reserva. Y esa reserva suele inclinar elecciones.
También hay una lectura interna que no debe pasarse por alto. Dentro de los propios partidos punteros, los indecisos siguen siendo altos. Eso habla de procesos que aún no convencen, de liderazgos que no terminan de generar consenso y de bases que no se sienten completamente representadas.
Creer que la elección está resuelta desde ahora no solo es apresurado; es peligroso. El exceso de confianza ha sido, históricamente, uno de los errores más caros en política. Porque quien se siente ganador antes de tiempo suele dejar de escuchar, dejar de corregir y dejar de conectar.
Hoy, lo único claro es que no hay nada definitivo. Las encuestas muestran tendencias, no destinos. Y el dato más honesto que arrojan es este: una parte importante del electorado sigue sin decidir, y eso significa que la elección está abierta.
En política, las fotos sirven para entender el momento. Pero las elecciones se ganan en el trayecto. Y ese, apenas, está comenzando.





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