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Del ego el hecho, hay mucho trecho…

¿Qué tanto te dejas guiar por esa voz interior que te cuenta historias todos los días y va “definiendo” lo que eres? Si esa voz interna te dice “grítale y demuéstrale quién es el jefe y que de ti nadie se burla”, ¿qué haces?, ¿le gritas a decibeles contaminantes a ese colaborador que la regó en su 1 año en la empresa?

El ego se forma en la infancia, a partir de la voces de quienes nos rodean que nos dicen o comparten percepciones del mundo; de la necesidad de tener vínculos seguros y amorosos con nuestros cuidadores, por ende se forma en función de los rasgos de estas personas que cuidan de nosotros, de lo que ellos sienten que es aceptable o no; debemos aclarar que no es malo, es una función de nuestra mente para poder entender lo que experimentamos, para interpretar lo que somos o estamos construyendo que somos. Sin embargo, en ese proceso, también el ego causa sufrimiento cuando no somos conscientes de que existe para conducir nuestro comportamiento.

El ego entonces es un aspecto necesario, pues da paso a reconocer lo que somos, experimentamos en nuestro entorno y da identidad a lo que “nosotros somos” pero ignoramos, a veces. ¿Cómo nos damos cuenta que el ego está ahí demasiado presente? cada que te escuchas diciendo “las personas deberían llegar a tiempo siempre”, “debió comunicarlo correctamente”, “está demasiado enojado (feliz, triste, decepcionado) así no puedo hablar”, “no te vayas a parecer al jefe anterior”…

Un líder guiado por el egocentrismo, es decir, que pone en el centro sus concepciones del mundo sin flexibilidad, sin aceptación radical y con el escudo por delante, cegado, está en realidad destruyendo, no construyendo, pues en lugar de cumplir con las metas con cooperación y generando recompensas saludables, está dejando que el reconocimiento personal estreche nuestro campo de visión, por ejemplo.

Esto sucede por la relación que hay entre los niveles jerárquicos, las responsabilidades y el poder, donde este último juega como un detonante adictivo para quienes, por ejemplo, ese jefe quizá familiarmente viene de una familia en donde siempre fue percibido como insuficiente o no “demasiado bueno para algo”, generando un ego de extrema necesidad de reconocimiento social, aceptación y halagos. Pasa también cuando inconscientemente queremos conservar una imagen amorosa de una persona que amamos, dependemos y deseamos su amor. Es decir, nos hace desarrollar un ego protector con el que viviremos a la defensiva para, justo eso, proteger nuestra imagen.

Cuando el ego se activa, nos sentimos amenazados, reaccionamos con gritos, golpeando cosas, aventando objetos, complaciendo o autosacrificándonos, insultamos… tal cual lo aprendimos de niños. También llegan la vergüenza y la culpa por nuestras exageradas reacciones. También podemos usar nuestro eventos desencadenantes para tener acceso a niveles más profundos de consciencia y sanción.

El ego es tu protección y cuando se observa con amabilidad y compasión, el ego se relaja. Hay que reconocer que las cosas no son blancas o negras, los demás no necesitan cambiar para que tú generes cambios, nadie es inferior o superior, nada debería ser más fácil o rápido, no eres insuficiente o no merecedor. Tampoco es necesario que defiendas tu punto para hacer que el otro lo tome como verdad a la fuerza, no hace falta revivir constantemente tus propias elecciones pasadas, juzgar o ser el salvador.

Lo que sí aportará mucho es que observes tus pensamientos y respuestas en distintas situaciones del día. Permítete pensar todo, sentir y vivir las emociones sin juicio, transita por ahí. Pregúntate “¿por qué me sientes a la defensiva?”, recuerda que el comportamiento de las personas depende de cómo se sienten ellos con ellos mismos, asume la responsabilidad de tu estado emocional, genera espacios y momentos para que tus colaboradores también lo hagan, haciendo pausas sanas, tomándose el tiempo para respirar.

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