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Conservar los suelos es esencial para los ecosistemas y el bienestar social

Tener un suelo apto para sembrar plantas y obtener alimentos es algo que damos por descontado. Pero no es así. Los suelos pueden perder su capacidad productiva y convertirse en desiertos.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, cada año se pierden 24 mil millones de toneladas de suelo fértil en el mundo.

La pérdida de suelos productivos tiene un impacto negativo especialmente en los países en desarrollo, donde se reduce su Producto Interno Bruto hasta en 8 por ciento.

Una investigación liderada por la experta Blanca Lucía Prado Pano, del Instituto de Geofísica de la UNAM, advierte que para el año 2045, la desertificación será responsable del desplazamiento de aproximadamente 135 millones de personas en todo el mundo.

De acuerdo con Prado Pano, quien también coordina el Programa Universitario de Estudios Interdisciplinarios del Suelo (PUEIS), entre 2006 y 2010 se perdieron anualmente 254 hectáreas de cobertura forestal tan solo en la Ciudad de México debido a la urbanización.

Los modelos prospectivos señalan que, de 2010 a 2030, la capital podría enfrentar una pérdida anual promedio de 219 hectáreas.

La experta enfatiza que más de la mitad del territorio nacional presenta algún nivel de degradación, ya sea física, química o biológica.

En una entrevista con motivo del Día Mundial del Suelo, que se conmemora el 5 de diciembre bajo el lema “El suelo y el agua: fuente de vida”, Prado Pano destaca el impacto directo en la producción de alimentos, ya que el 95 por ciento de los comestibles que consumimos se producen en el suelo.

Actualmente, un tercio de la superficie mundial está degradada, lo que implica la pérdida total o parcial de sus funciones y beneficios.

El suelo no solo es esencial para la biodiversidad, sino que también desempeña un papel fundamental en la regulación de los ciclos de nutrientes y en la moderación de las emisiones de gases de efecto invernadero.

La académica universitaria subraya que el suelo no es solo un recurso natural indispensable para los ecosistemas terrestres, sino también un bien social, económico, cultural, político y patrimonial.

Además, juega un papel crucial en el ciclo hidrológico, permitiendo el paso del agua y contribuyendo a la resiliencia de la población ante inundaciones y sequías.

Prado Pano advierte que, a pesar de su importancia, el suelo sigue siendo subestimado, y en México, el 60 por ciento presenta algún nivel de degradación.

La presión demográfica y los cambios en su uso amenazan con condiciones irreversibles de degradación en algunas zonas del país, poniendo en riesgo la calidad de vida de las generaciones futuras.

La salud del suelo, un recurso no renovable, está intrínsecamente ligada al ascenso y caída de las civilizaciones, un fenómeno que la historia ha demostrado repetidamente, expuso la investigadora.

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