En el artículo anterrior revisamos los “sabores de una conquista”. La llegada de los españoles trajo consigo nuevas costumbres y tradiciones. Por eso, en esta ocasión hablaremos de las órdenes religiosas y los platillos de la cocina conventual.
Haremos un poco de historia para ponerlos en contexto.
Con la caída de Tenochtitlan en agosto de 1521, da inició al proceso de conversión religiosa de los pueblos mesoamericanos. A partir de 1523, comenzaron a desembarcar misioneros españoles para comenzar el proceso de evangelización.
Dichos religiosos pertenecían a grupos u órdenes que tenían una organización y disciplina propias. Su tarea era difundir la religión católica entre la población indígena. Las primeras 3 órdenes religiosas que llegaron y se establecieron en la Nueva España fueron:
- Franciscanos (en honor a San Francisco de Asís) en 1523 o 1524, dependiendo del historiador que lo relata.
- Dominicos (en honor a Domingo de Guzmán) en 1526.
- Agustinos (en honor a San Agustín) en 1533.
Hasta 1540 cuando surge el primer convento de mujeres en América. Fue fundado en la ciudad de México por Fray Juan de Zumárraga, primer arzobispo de la diócesis de México.
En sus inicios contaron con 4 “beatas” (Mujeres que sin ser monjas, visten con hábito religioso). Llegaron a la Nueva España en 1530 en compañía de Hernán Cortés.
Precursoras de la cocina conventual
Durante diez años se habían dedicado a la instrucción cristiana de las hijas de los caciques. En septiembre de 1541 ingresaron dos jóvenes españolas más. A ellas siguieron muchas más mujeres en los años posteriores. Como dato curioso entre las novicias se encontraban dos nietas del emperador Moctezuma.
Los conventos novohispanos se distinguían por ser lugares donde las monjas lograban oportunidades para desarrollar sus habilidades personales. Aprendía a leer, escribir y a hacer múltiples labores manuales, entre ellos la fabulosa vida en la cocina.
En los conventos había monjas que cumplían trabajos específicos. Aquí se podía encontrar a la monja portera, la monja enfermera y por supuesto la monja cocinera. Las religiosas dedicadas a la gastronomía crearon platillos que hoy normales en su consumo.
Después de este largo breviario cultural, enlisto 5 platillos clásicos que vieron la luz en el convento.
Chalupas
Platillo clásico de Puebla e Hidalgo, suele llevar tiras de pollo y algo de papa según los cánones hidalguenses, o la tortilla frita con salsa, hebras de carne de cerdo y cebolla según la tradición poblana. Algo curioso es que mientras muchos de los platillos de la cocina conventual como los chiles en nogada y el mole poblano, fueron inventados por monjas, las chalupas habrían sido un invento de los frailes.
Romeritos
Mejor conocido como revoltijo por mi abuelita Rosita, este platillo clásico de navidad, que se prepara con mole poblano, romeritos (una variedad de quelite) papas y nopales.
Es originario del convento de la Soledad, en la ciudad de Puebla a finales del siglo XVIII, debido a una fuerte crisis económica y ante la escases de ingredientes, las monjas tuvieron que adaptar nuevos productos a sus platillos.
Tortitas de camarón
Y ya que estamos en platillos navideños, aunque usted no lo crea querido lector, las tortitas de camarón se le agregaron mucho tiempo después a los romeritos. Fueron creadas por la hermana Sor Sebastiana del Convento de San Jerónimo en la Ciudad de México.
A la hermana le gustaba experimentar con los ingredientes que tenía en su despensa, por ejemplo para este platillo licuó cebolla con camarones, rebosados en harina, capeados con huevo y fritos en aceite.
Chiles en nogada
Estos chiles rellenos de carne molida dulce con una salsa de nueces y decorados con perejil picado y granada está tiene un halo mtico. Dicen que sus colores representan al ejercito trigarante encabezados por Agustín de Iturbide. La historia popular refiere que fue un platillo que el caudillo Iturbide disfrutó en su visita al convento de Santa Mónica en Puebla. Sin embargo, este dato es inexacto.
Los chiles en nogada ya existían desde el virreinato y no era un plato fuerte, más bien se le conocía como un postre, cuando las monjas supieron de la visita de Don Agustín, quisieron darle un toque diferente a su platillo para agasajar a Iturbide. Se podría decir que no los inventaron para él, solo los decoraron en su honor.
Mole poblano
Este platillo tiene su origen en el convento de Santa Rosa de Lima, donde Sor Andrea de la Asunción tenía a su encargo la preparación de un nuevo platillo en honor de Don Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, vigésimo octavo virrey de la Nueva España.
De los ingredientes que tenía en sus alacenas fue tomando varios ingredientes, varios chiles y especias, pronto se dio cuenta que iba a ser un plato muy irritante así que lo fue desgastando con cosas dulces y amargas, como almendras, ajonjolí y chocolate, adicional a la tortilla quemada para mejorar la digestión.
Cuando las demás monjas del convento se dan cuenta del aroma que salía de la cocina, fueron hasta el lugar a presenciar lo que estaba sucediendo, a lo que algunas monjas sorprendidas, dice la leyenda, rompieron su voto de silencio y exclamaron, “Que bien mole madre el chile” a lo que Sor Andrea corrige, “No hermana… es muele el chile, no mole el chile madre, ¡Por Dios! Pero gracias por ponerle nombre a mi plato”.
Y con esto mí querido lector, damos por terminado el día de hoy esta lectura de los platillos de la cocina conventual que disfrutamos comúnmente.
Hasta la próxima.