Al Parque Nacional Glacier pronto no le quedará ningún glaciar. Los árboles gigantes del Parque de las Secuoyas arden. Incluso los cactus del Parque Nacional Saguaro sufren por la sequía.
El cambio climático está amenazando a los emblemas de numerosos parques nacionales estadounidenses, visitados por millones de personas cada año y que por su extensión y sus impresionantes paisajes encarnan en varios sentidos el “mito americano” ante los ojos del mundo.
En el Parque Nacional Glacier, en el corazón de Montana (noroeste), Grinnell, uno de los glaciares más admirados, es sólo una sombra de sí mismo.
Tras horas de caminata para llegar hasta él, el excursionista es recompensado con la vista de aguas de color azul pastel, rodeadas de secciones escarpadas de montaña.
Pero por muy hermoso que sea, este lago simboliza con su sola presencia los estragos del cambio climático.
Hace apenas unas décadas aquí solo se podía encontrar hielo. Grinnell se halla hoy enclavado en una hondonada, al abrigo del sol, al borde de este lago formado por su deshielo.
El joven aventurero Ryan Bergman no sale sin embargo de su asombro. “Es espectacular. De verdad, me estoy enamorando del escenario aquí”, dice este estudiante de 22 años que tardó dos meses en visitar una decena de parques y sueña con volver algún día con sus hijos, sin sospechar la magnitud de la tragedia que se está produciendo.
El parque ha perdido alrededor del 60% de sus glaciares desde alrededor de la década de 1850, y, según los científicos, hacia fines de este siglo todos deberían haber desaparecido.
Nueva filosofía
La defensa de los 63 parques históricos es uno de los raros temas en los que todos en este país están de acuerdo, sea cual sea su bando político.
Con más de 300 millones de visitantes al año, también representan un fuerte aporte para el sector turístico.
El gobierno de Joe Biden anunció recientemente que dedicaría casi 200 millones de dólares a la adaptación de los parques, en el marco de su importante ley climática.
Creado en 1916, el Servicio de Parques Nacionales (NPS) tiene como principal misión preservar “intactas” estas joyas para las “generaciones futuras”.
Hoy, sin embargo, “está bastante claro” que este objetivo “ya no es alcanzable en muchos lugares”, reconoce John Gross, ecologista del programa de respuesta al cambio climático del NPS.
“Es muy posible que los parques pierdan el elemento icónico que les dio su nombre”, dice, y subraya que la crisis climática ha provocado un verdadero cambio de filosofía.
Modificar para reducir daños
Allí donde la batalla ya está perdida, se están adoptando medidas radicales: ya no es tabú modificar el estado natural de un parque como recurso para reducir los daños.
A orillas del lago McDonald, Chris Downs, jefe de recursos acuáticos del Parque Nacional Glacier, relata la épica tarea de salvar al Salvelinus Confluentus, una especie de pez nativo que vive en agua fría.
Privada en parte del hielo que se derretía a finales del verano, el agua de los lagos se ha calentado, amenazando la supervivencia de la especie, explica.
Al mismo tiempo, los peces están sujetos a la competencia de las truchas introducidas para la pesca, más adaptadas a los cambios.
En 1969, el lago McDonald, el más grande del parque, tenía casi cinco veces más peces nativos que truchas. Cincuenta años después, la tendencia se ha invertido.
En 2014, se tomó la decisión de trasladar los Salvelinus Confluentus a aguas más frías, río arriba, donde nunca se los había visto.
Decenas de peces fueron transportados “en mochilas” con bolsas de hielo a su “refugio”, recuerda Chris Downs. Miles más, procedentes de granjas, serán trasladados en helicóptero en los próximos años.
“Están creciendo muy bien” en su nuevo lago, afirma el biólogo.
Los escépticos critican que se haya manipulado la naturaleza. Downs habla de la “necesidad” de hacerlo.
Esta misma necesidad ha llevado al parque a realizar análisis de ADN para replantar, en lo alto de la montaña, pinos de corteza blanca amenazados, seleccionando los más resistentes a la sequía.
Resistir
Según un estudio de 2018, los parques nacionales se están calentando dos veces más rápido que el resto del país porque están ubicados principalmente en Alaska o en altas montañas, zonas más sensibles al calentamiento global.
Se han observado “impactos transformacionales de cambio climático antropogénico a lo largo de los parques en este momento”, destaca Gross.
En el parque Costa Nacional Dunas de Indiana (norte), las playas están sumergidas y las dunas se derrumban.
A diferencia de los ya condenados glaciares, aquí todavía se resiste: todos los años se rellenan algunos de los lugares dañados en esta zona protegida que se extiende por la orilla sur del inmenso lago Michigan.
En este día de noviembre, la batalla contra la erosión está simbolizada por el ir y venir de dos grandes excavadoras.
Unas 80.000 toneladas de arena, extraídas de una cantera, reconstruyen la playa situada al pie de la duna más famosa del parque, Monte Baldy, muy popular en verano entre los residentes de la región de Chicago.
“El objetivo es mantener la playa como ha estado siempre”, explica a la AFP Thomas Kanies, director de proyectos del Cuerpo de Ingenieros del Ejército.
Este parque tiene la particularidad de estar rodeado de industrias (desde siderúrgicas a centrales eléctricas de carbón) y al mismo tiempo alberga una increíble biodiversidad.
La proximidad al puerto industrial de Michigan City es la principal culpable de la erosión, dice Kanies, porque el muelle bloquea el flujo de arena a lo largo de la costa.
Hasta ahora era manejable, pero el calentamiento global “ha cambiado completamente la situación”, afirmó a la AFP Erin Argyilan, geóloga del NPS.
“Vendaje”
El hielo que normalmente se forma en el lago en invierno “es la primera línea de defensa para proteger a las dunas de las grandes olas”, explica la experta.
“El mayor problema que hemos visto es que las tormentas empiezan a finales de octubre y el hielo no llega hasta finales de diciembre”, dice delante de una duna parcialmente destruida.
Hay otros factores en juego, como el agua más cálida del lago en invierno, que provoca tormentas más fuertes. O el escurrimiento de las lluvias, que se han vuelto más intensas.
Un último fenómeno intriga a la investigadora: al congelarse y descongelarse con mayor frecuencia, trozos de dunas acaban por derrumbarse.
“Nuestro objetivo es minimizar lo más posible el impacto”, continúa Argyilan, aunque reconoce que los aportes de arena son sólo un “vendaje” temporal.
Se han empleado soluciones más invasivas.
En 2020, el agua del lago, que cada 30 años alcanza su máximo, estaba en su punto más alto cuando violentas tormentas agravaron el panorama.
En uno de los pueblos que salpican el parque, las casas amenazaban con derrumbarse y los habitantes erigieron gigantescos bloques de roca para protegerlas de la erosión.
El problema fue que los bloques impidieron que la arena llegara más allá de las dunas.
“No se puede destruir la playa sólo para salvar algunas casas”, afirma Betsy Maher, de la asociación Save the Dunes, ilustrando el cruel dilema que plantea aquí el cambio climático: proteger la naturaleza o a los seres humanos.
Tarea titánica
En el otro extremo del país, en el Parque Nacional Saguaro, los aproximadamente dos millones de cactus del mismo nombre, los más grandes de Estados Unidos, forman una suerte de bosque, con sus brazos apuntando hacia el cielo.
Aquí los cambios aún no se notan. Pero detrás de su aparente buena salud, estos cactus emblemáticos de Arizona, aunque adaptados a ambientes ultra áridos, están amenazados por una sequía que lleva ya unos 30 años.
En 2020, y nuevamente el año pasado, cayó una cantidad extremadamente pequeña de lluvia en el verano, normalmente un período monzónico.
Una planta aprovechó para colonizar el parque: una maleza invasora, la Cenchrus ciliaris, originaria de África e introducida en el país para servir como forraje.
Esta especie, que cubre las laderas de las montañas con matas de color amarillo pajizo, “es muy seca la mayor parte del año y puede incendiarse rápida y fácilmente”, subraya Frankie Foley, biólogo del parque.
En 1994 y 1999 la planta alimentó incendios que devastaron los saguaros.
Cada fin de semana, grupos de voluntarios se reúnen bajo la dirección de Foley para desherbar. Armados con picos, cavan con todas sus fuerzas. Una tarea titánica dada la inmensidad del parque.
A largo plazo
La sequía se ha vuelto tan intensa aquí que los saguaros tienen dificultades para renovarse.
Cuando son jóvenes, estos cactus no pueden almacenar mucha agua porque crecen muy lentamente: a los 15 años, sólo miden unos 10 centímetros.
“Desde mediados de la década de 1990 hemos visto sobrevivir a muy pocos saguaros jóvenes”, se preocupa el biólogo Don Swann.
Esta tendencia sigue la curva de la sequía, explica, equipado con un medidor para controlar un pequeño saguaro, del que sólo encuentra un ejemplar después de diez minutos de búsqueda.
Por el momento, el problema es invisible, debido a que muchos cactus, que pueden vivir unos 200 años, subsisten.
Pero según un censo decenal, en 2020, el número de saguaros era sólo ligeramente superior al de 2010. Don Swann espera que su población disminuya en 2030.
“Nuestra gran preocupación a largo plazo es que en algún momento ya no tengamos saguaros en el Parque Nacional Saguaro”.
Electrochoque
La pérdida de estos cactus, al igual que la de los glaciares, tendría un impacto tanto ambiental como cultural.
Los nativos americanos de la tribu Tohono O’odham consideran a los saguaros como sus antepasados.
De sus frutos se elabora un almíbar utilizado en las ceremonias.
En Montana, para la nación Blackfeet los glaciares son “sagrados”. “Estamos aquí gracias a esta agua”, afirma su responsable de cambio climático, Termaine Edmo.
Bajo el liderazgo de esta mujer comprometida, allí donde la tierra se seca al pie de las montañas se instalan vallas de madera para retener la nieve y represas que imitan las de los castores construidas en los ríos.
Elocuentemente, el nombre amerindio de una de sus hijas significa “glaciar”. “Ella me pregunta todo el tiempo: ‘Mamá, ¿qué pasará si no hay más nieve en las montañas? ¿Cambiará mi nombre?'”, dice esta madre de 35 años.
“Le respondo: ‘No, ángel mío, nos adaptaremos, como lo hicieron nuestros antepasados'”.
¿Podrían estas desapariciones servir de electrochoque para despertar a los estadounidenses, desinteresados aún en gran medida por la causa del clima?
Los parques nacionales son como “aulas naturales” para “ver las consecuencias del cambio climático”, dice Wylie Carr, de la oficina del NPS.
A lo largo de los senderos las pancartas se multiplican. “¿Cuántos glaciares para las próximas generaciones?”, se pregunta en una de ellas, apuntando a crear conciencia.
la/dp/dg/atm/mar/nn © Agence France-Presse