Argentina es toda una cantera de futbolistas dados a dejarse crecer el pelo. Tanto que su seleccionador para el Mundial 98, Daniel Passarella, dijo que no convocaría a los que no se cortaran las melenas. Algunos, como Batistuta, le hicieron caso. Otros, ante el absurdo dilema planteado, mandaron al técnico albiceleste a freír puñetas. A continuación, unos cuantos que pondrían de los nervios al maniático preparador. De su país y de otros.
Mono Burgos. Ahora lleva el pelo corto y ha echado unos cuantos kilos de más, pero su imagen será siempre la de ese desmelenado tocado con una gorra –no fuera a despeinarse más– y siempre con pantalones largos. El arquero argentino compaginó su oficio con el de cantante de rock, y dicen que llegó a plantearse dejar el fútbol para centrarse en su carrera musical. Si quería ser recordado como todo un personaje, lo ha conseguido.
Juan José. Un gaditano con alias de personaje de Emilio Salgari. Con sus pelos –que no le falte la cinta– y sus barbas, la grada del Ramón de Carranza tuvo a Sandokán entre sus héroes. Llegó a jugar en el Madrid después del Mundial de España, pero regresó a su Cádiz –tras una recogida de firmas impulsada por una peña del equipo– y coincidió con otra leyenda cadista, Mágico González.
Alexi Lalas. No hay ninguna prueba que confirme que los Coen se inspiraran en sus pintas para escribir el personaje de El Nota en El gran Lebowski, pero tampoco hay ninguna que lo desmienta. Concedámosle el beneficio de la duda. Además, este central de la selección anfitriona de EEUU ’94 era guitarrista de un grupo de rock. Seguro que en su coche tenía cintas de los Creedence y no soportaba a los Eagles, como The Dude.
Fernando Couto. Algún comentarista de radio llamó Sansón a este melenudo portugués cuando militó en Can Barça. Lo que no se sabe es qué pesó más en la elección del apodo: si su pelo largo o la estopa que repartía entre los jugadores rivales, a los que debía de confundir con los filisteos. Con cincuenta tacos a cuestas, el luso sigue sin raparse, no sea que vaya a perder algo de fuerza.
Diego. Se apellida Rodríguez Fernández, pero es Diego el del Sevilla, y que no se enfaden los hinchas del Betis, donde jugó antes de recalar en Nervión. Es oriundo de Tenerife, aunque con ese pelazo y esa tez a muchos les pueda parecer sevillano de pura cepa con caseta propia en la Feria de Abril. Si Sandokán compartió vestuario con Mágico, Diego no iba a ser menos y tuvo de compañero a su tocayo Maradona.
Puyol. Con un estilismo a prueba de bombas, esto, de críticas, nadie ha podido presumir de haber esquilado a Puyi. Hasta una vez que lo sacaron en la tele cuando tenía quince años lucía una pelambrera que no veas. Tiburón es de esos futbolistas a los que jamás en la vida imaginarías cambiando de look. Épico su cabezazo a Alemania, y más épico aún su apretón de manos a la hoy reina emérita sólo cubierto con una toalla y su melena.
Poborsky. Se acabó cortando pronto las greñas, pero no importa. La imagen por la que el checo será recordado toda su vida es la del golazo de vaselina que le coló a Vitor Baía en la Eurocopa 96, y ahí el amigo Karel llevaba unos pelos que parecían sacados de una fregona. Ese mismo año lo fichó el Manchester United, pero se especuló con que se lo llevara algún club escocés por si les hubiese dado por rodar Braveheart 2.
Chigrinskiy. Se supone que Guardiola hizo que el Barça derrochara una millonada por él porque tenía buen toque, así que lo pondremos de mediocentro, vista la superpoblación de defensas centrales con excesos capilares. Chigro también llevaba una barbaza que puso a huevo que algunos mezclaran lo humano y lo divino a la hora de buscarle motes y lo apodaran Jesucristo, aunque al ucraniano no le hacía mucha gracia.
Chris Waddle. A día de hoy ronda las sesenta primaveras, pero, pese a estar fondón, tiene mejor aspecto que cuando se hizo famoso, a mediados de los 80. En sus años mozos, se transformó en híbrido del cantante de Whitesnake y otro de synth-pop, adornándose la cabeza con uno de los peinados más horrorosos que se recuerdan en un campo de fútbol. Con su cabello dio la nota, y, tras haber visitado al peluquero, también como cantante.
Kempes. A don Mario Alberto lo llamaban Matador porque mostraba instinto asesino de cara a puerta. Ello no impide que alguno pudiera pensar que en su sobrenombre tuviese algo que ver la mata de pelo con la que lo evocan todos los que lo vieron jugar. En el Mundial 78 tuvo de compañero y capitán a Passarella, a quien entonces no le debían de horripilar tanto las melenas. Sólo faltaba, con los seis goles que clavó el 10.
Caniggia. Uno de los que le dijeron al omnipresente en esta página Passarella que se dejara de pelotudeces. Claudio ya rebasa la cincuentena, pero sigue con la misma larga cabellera que cuando en Italia ’90 le coló aquel chicharro a Brasil, tras una jugada magistral del Pelusa. Y en semifinales le marcó otro nada menos que a la anfitriona. Eso es hacer historia en los mundiales, pese a que un insensato no lo llevara a Francia ’98.
Entrenador: César Luis Menotti. Ya es octogenario y su pelo no puede ser el mismo, pero hasta cumplir los 70 conservaba esa media melena lisa que lo caracterizaba. El hombre que hizo campeona del Mundo a Argentina por primera vez en su historia tuvo en el melenas Kempes a su extensión en el terreno de juego, y si se echa un vistazo al once habitual del equipo se comprobará que el pelo cortado a cepillo no estaba de moda.