Somos conscientes de que en esta alineación faltan muchos que también merecen ser titulares: Zico, Maradona, De la Peña… Sobre nuestro césped no pueden estar todos los que son, pero sí son todos los que están. Tipos a los que les ponías un balón parado y te lo mandaban donde menos se lo esperaba el guardameta rival. O peor todavía para el cancerbero: donde sí se lo esperaba, pero le era imposible llegar a tiempo.
Chilavert. «Si dice que nos va a meter dos goles y lo consigue, pues ole sus cojones», afirmó Iván Helguera del portero guaraní, quien había calentado el España-Paraguay del Mundial 2002. El Bulldog fue bastante bocachancla entonces –cero goles–, pero muchas veces demostró que sabía pegarle a la pelota con su pie izquierdo y dejar a su colega del equipo rival con cara de no me hagas esto.
Mihajlovic. Como el lateral izquierdo está ocupado, lo pondremos en la banda derecha. Algo que le va mucho a Sinisa, especialmente la extrema, pues fue un ídolo para los tifosi fascistas de la Lazio y era fan de Milosevic, y no hablamos del futbolista, sino del otro. El caso es que menuda zurda la del serbio. Donde ponía el ojo, ponía la bala. A la Sampdoria la tiroteó sin piedad colándole tres de tiro libre en un mismo partido.
Koeman. Su pierna derecha era una pieza de artillería, y el balón, el proyectil. Disparaba las faltas –y cualquier otro golpeo– ni se sabe a cuántos cientos de kilómetros por hora y, encima, las colaba por la escuadra. El Barça le debe al neerlandés su primera Copa de Europa y Pagliuca, su víctima en aquella final de Wembley, confesó en una entrevista con El País un cuarto de siglo después que ha visto ese gol «entre 1.000 y 1.500 veces».
Roberto Carlos. Era más eficaz apuntando a puerta con el balón en juego que de golpe franco. En el Madrid coincidió con otros expertos lanzadores de faltas, como Mijatovic o Suker, pero solía chutarlas él. Eso sí, los obuses que soltaba el brasileño con su pie izquierdo achantaban a cualquier barrera. Para la historia, su golazo a Francia en aquel Mundialito de 1997. Barthez se preguntará sine die cómo esa pelota pudo coger tal efecto.
Pantic. Posiblemente el fichaje más rentable del Atlético de Madrid en su siglo largo de existencia. Un tipo desconocido por todos menos por el entrenador que lo trajo, serbio como él y de apellido casi gemelo, Antic. Milinko no sólo organizaba el juego de los rojiblancos, sino que además colaba las faltas donde le salía del cerebro, dado que lo tenía conectado con precisión milimétrica a su pie diestro.
Pirlo. Lo de este artista da para varias preguntas. Una no es por qué el Inter lo vendió al Milan, dado que los neroazzurri son expertos en dejar escapar talentos. Lo gordo es por qué los rossoneri permitieron que se lo llevara la Juve, cuando les había dado tanto –y tantos goles de falta–. En Turín no perdió la costumbre, y seguía colocando la bola donde le daba la gana. Y con Italia hacía lo mismo. El Balón de Oro de 2006 debió ser para él.
Beckham. Vamos a tirar de tópicos porque su caso lo merece. El inglés era un fashion victim y lo llevaba a rajatabla hasta en el terreno de juego. Tanto que en su pie derecho vestía un guante con el que frecuentemente teledirigía la pelota hacia las mallas cuando se hacía cargo de los tiros libres. Al marido de Victoria le iba la moda, y hay que reconocer que con su forma de disparar creó estilo.
Cubillas. Cuentan que después de México ’70, cuando le preguntaron a Pelé qué ocurriría tras su retirada, respondió: «No se preocupen, ya tengo sucesor y es Teófilo Cubillas». El peruano, que puso a su país en el mapa futbolístico, no decepcionó a O Rei. Cualquier aficionado al fútbol tiene obligación de ver la falta que le metió a Escocia en Argentina ’78. Escorado a la izquierda, pegando con el exterior y colándola por su palo. Magia.
Juninho Pernambucano. Otro encargado de la limpieza a distancia de las telarañas de las porterías rivales. No había escuadra que se le resistiera al brasileño. En los ocho años que pasó en Francia, convirtió al Olympique de Lyon en un equipo respetable –de no tener ninguna liga francesa a ganar siete títulos consecutivos– y a sí mismo en el terror de las barreras y los porteros: de sus cien goles en el club galo, 44 fueron de falta directa.
Ronaldinho. Su mecanismo era el siguiente: disparar, diana y sonrisa con saludo surfero incluido. A Dinho le daba igual el recorrido de la bola: rasa, pegada al palo, por el medio de la barrera, por la escuadra, por alto y colándose cuando parecía que se iba fuera del campo… Todas acababan igual: con el portero diciéndose: ‘ah, que está dentro’. Seaman sigue mirando hacia arriba y preguntándose si aquel balón tenía control remoto.
Messi. Acierta pocas para todas las que se tira. Ahora bien, entre las faltas que le han entrado, hay unas cuantas de antología. Véase este mismo año la que le coló por la escuadra al Liverpool. U otra con una trayectoria impecable que le metió al Madrid en un partido de Liga en 2012. Hubo quienes tuvieron la desvergüenza de culpar a Casillas del gol. De lo que son capaces algunos para no felicitar a uno o achacar algo a otro.
Entrenador: Zinedine Zidane. Es más joven que unos cuantos de este equipo, pero sólo Koeman es entrenador y no nos sobran los defensas, así que Zizou es el que manda desde el banquillo. Con su currículum como tirador de precisión, debía de ponerse de los nervios viendo a la estrellita del único club que ha entrenado jugarse decenas de faltas para meter un gol. Sí, hablamos de ese chico de Madeira, cuyas estadísticas hablan por sí solas.