Donald Trump presumió una vez: “Cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa”. Pero esa máxima por la que el expresidente estadounidense ha vivido por décadas se vino finalmente abajo este jueves, cuando un jurado de Nueva York le dijo “no”.
Uno de los hombres más poderosos e influyentes del mundo conoció la derrota gracias a una actriz del porno, al ser declarado culpable de ocultar los pagos que le hizo para mantener silencio sobre una aventura sexual que ella asegura que sostuvieron.
Los detalles rayan con lo obsceno, pero el momento es crucial.
Lo amen o lo detesten, hay algo en lo que la mayoría de los estadounidenses está de acuerdo: en los dos siglos y medio desde la fundación de su república, nunca ha habido un presidente como Trump.
Y el veredicto de este jueves añade un nuevo capítulo a su historia, al convertirlo en el primer exmandatario del país en ser condenado por un delito. En noviembre, si es reelegido, podría llegar a ser incluso el primer presidente convicto de la historia de Estados Unidos.
El proceso de Nueva York es solo una de las cuatro causas penales contra el candidato del Partido Republicano, que ha atribuido cada uno sus problemas legales a una persecución política, según él, impulsada bajo órdenes de Biden.
Trump, inmune a la vergüenza, ha convertido cada enredo con la justicia en una insignia de honor: una prueba, dice, de su teoría conspirativa de que un Estado profundo está detrás de él y de los llamados “hombres y mujeres olvidados” de la clase trabajadora estadounidense.
Los sondeos de opinión que lo sitúan por delante de Biden sugieren que su estrategia está funcionando.
Demoledor
Para sus millones de simpatizantes, Trump, de 77 años, es el hombre que rompió moldes con su sorprendente victoria en 2016 frente a la demócrata Hillary Clinton. Para gran parte del país, sin embargo, solo destrozó a Estados Unidos.
El primer mandato del republicano comenzó en 2017 con un oscuro discurso de investidura en el que evocó la “carnicería estadounidense”.
Terminó en caos cuando se negó a aceptar su derrota ante Biden en los comicios de 2020 y luego incitó a sus partidarios a asaltar el Congreso el 6 de enero del 2021.
En la presidencia, Trump puso patas arriba todas las tradiciones, desde las más triviales -lo que se plantó en la Rosaleda de la Casa Blanca- hasta las más fundamentales, como las relaciones con la OTAN.
Los periodistas se convirtieron en el “enemigo del pueblo”. Los servicios de inteligencia y el FBI fueron satanizados. Los opositores en el Congreso, tachados de “locos” y traidores.
En el escenario mundial, fue la misma historia. Trump convirtió las alianzas de Estados Unidos en transacciones. Socios como Corea del Sur y Alemania fueron acusados de intentar “estafar” a los estadounidenses.
En contraste, Trump declaró repetidamente respeto por figuras como el presidente ruso, Vladimir Putin, o el líder norcoreano Kim Jong Un. “Nos enamoramos”, llegó a decir sobre este último.
En todo momento, su presencia política demoledora dominó cada vez más al Partido Republicano. Cuando los demócratas iniciaron dos procesos de destitución, sus afines lo apoyaron hasta lograr su absolución.
Ya como expresidente, su influencia no ha disminuido.
El partido ha permanecido cautivado, como demuestran los numerosos devotos que han acudido en las últimas semanas a los juzgados de Manhattan para demostrar su lealtad.
Deriva autocrática
Antes de bajar por la escalera mecánica dorada de la Torre Trump para anunciar su candidatura a la Casa Blanca en 2016, el magnate era una figura popular a la que pocos tomaban en serio.
Era famoso sobre todo por el despiadado personaje que interpretaba en el programa de telerrealidad “El aprendiz”, así como por construir edificios de lujo y complejos de golf, además de por su esposa Melania, una exmodelo.
Pero los académicos han observado paralelismos entre su evolución como político y la de los autócratas en países donde las instituciones democráticas solo existen como fachada.
Cuando estuvo en la Casa Blanca, disfrutaba con la controversia diaria, bromeando sobre la posibilidad de cambiar la Constitución para mantenerse indefinidamente en el poder. “Los vuelve locos”, decía.
A pesar de los ruidos y la furia de cuatro años de tuits, consiguió algunas cosas: los republicanos presumen de que la economía era mejor entonces y al menos empezó el muro fronterizo que se había comprometido a construir.
Pero a medida que la tragedia que supuso la pandemia de covid-19 en 2021 se extendía, Trump se mostraba torpe en contraste con las costumbres de la vieja escuela de Biden y su tranquilizador mensaje centrista, que lo impulsaron a una cómoda mayoría.
Fue entonces, cuando la derrota se hizo evidente, que Trump volvió a hacer lo impensable al negarse a ceder, desatando una turba en el Capitolio estadounidense que amenazó incluso con ahorcar a su exvicepresidente, Mike Pence.
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