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Refugiados sin derecho a asilo en la Unión Europea

Cientos de personas procedentes de países de Asia y África malviven en un campo en la frontera entre Bosnia y Croacia sin que se les permita acceder a territorio de la UE.

“Si un europeo fuera caminando hasta mi país, los europeos lo verían como a un héroe. Pero si yo llego a Europa a pie desde mi país, me rechazan. ¿Por qué?”. Zabi procede de Afganistán y ha llegado tras un largo viaje hasta Velika Kladusa, una pequeña localidad de Bosnia-Herzegovina, a escasos metros de la frontera con Croacia.

La línea fronteriza que separa esta ciudad del territorio croata no es solo el límite entre dos países, sino también la barrera entre la Unión Europea (UE) y los que no pertenecen a ella. Croacia, miembro de la Unión desde julio de 2013, ha sido el último Estado en acceder al selecto club del Viejo Continente.

Y los países de la UE, en especial los del centro y norte de Europa, son precisamente el destino que desean alcanzar refugiados como Zabi, que huyen de guerras en Afganistán o Siria en busca de un futuro lejos de la muerte y la destrucción que asolan su tierra.

Zabi quiere ir a Italia, pero para cumplir su sueño debe atravesar antes, y de forma clandestina, los territorios de Croacia y Eslovenia. Solo pudo alcanzar el primero de estos países. La policía croata lo arrestó y lo devolvió a Bosnia.

Una aventura arriesgada

Los refugiados del campo de Velika Kladusa llaman “the game” (el juego) a la arriesgada aventura de cruzar de noche la frontera y pisar territorio de Croacia, para seguir camino a pie hacia Eslovenia y, desde allí, llegar a Italia, o quizá a Austria. Muchos lo han intentado, pero han sido interceptados por policías eslovenos o croatas.

Muhammad es otro afgano que malvive, junto a varios compañeros de su país, en una de las decenas de tiendas de campaña levantadas en ese campo próximo a Velika Kladusa. Este joven invita a los periodistas a sentarse y les ofrece un jugo de frutas. “Cortesía pastún”, explica, en referencia a la etnia afgana a la que pertenece.

“Llegué a Eslovenia”, cuenta Muhammad. Pero fue interceptado por las fuerzas de seguridad y entregado a las de Croacia, que lo expulsaron a Bosnia. Este refugiado, como tantos otros, asegura que los policías le rompieron su teléfono celular y le arrebataron el poco dinero que llevaba encima, además de golpearle.

La mala experiencia no le quita de la cabeza ni a él ni a sus compañeros la intención de intentar hacer “the game” una vez más. “Volveré a probar esta noche, o puede que mañana”, anuncia Muhammad.

Voluntarios y ONGs

Los refugiados del campo de Velika Kladusa sobreviven gracias a la ayuda de voluntarios locales y de ONGs. Entre éstas se encuentra No Name Kitchen (NNK), que les facilita duchas y ropa limpia.

La española Bárbara Bécares es voluntaria de NNK. Según afirma, en el campo hay unos 500 refugiados. Tras varios meses trabajando en Velika Kladusa, ha recabado diversos testimonios de personas que han sido agredidas por agentes croatas tras haber cruzado la frontera. “Les dan palizas”, denuncia, y asegura que incluso niños han padecido de forma “colateral” la violencia, al estar junto a sus padres cuando éstos sufrían los golpes de los policías.

Unos niños juegan con una pelota al voleibol, aunque no les queda más remedio que hacerlo con una red imaginaria. La temperatura es buena y la tierra está seca, pero las inclemencias meteorológicas habían causado estragos días atrás. Varios refugiados muestran fotos captadas con sus celulares de los efectos de las lluvias en el campo: barro, enormes charcos y tiendas dañadas son las huellas del mal tiempo. “Parecía una piscina”, recuerda Zabi.

Fuera de los focos

Quienes malviven a la intemperie tras un largo periplo desde sus respectivos países desean que el mundo fije sus ojos en la situación que están sufriendo. “Pero los grandes medios [de comunicación] no están de nuestra parte. ¿Por qué?”, se pregunta Muhammad.

En el campo, las tiendas de familias están separadas de las de hombres que viajan solos. La mayor parte de los refugiados procede de Afganistán, Irán, Pakistán o Siria. Por el contrario, se observan pocas personas de raza negra.  

Michael es uno de ellos. Viene de Nigeria y, según asegura, voló desde Abuja, la capital de su país, hasta Belgrado (Serbia), “con un visado de turista”. Este africano viaja solo y ha tratado de cruzar la frontera en varias ocasiones. La última vez que intentó “the game” consiguió llegar a Eslovenia. “Me llevó tres días”, recuerda.

Sin embargo, la policía de ese país lo detuvo y lo deportó a Croacia. Su historia, pues, es la misma que la de tantos compañeros de infortunio en el campo de Velika Kladusa.

Cristianos y musulmanes

Michael dice tener 40 años y es cristiano. Este hombre subraya su confesión religiosa porque le ha hecho vivir una auténtica paradoja: “En Bosnia el gobierno no nos trata bien, pero la gente sí lo hace”, dice en agradecimiento a los voluntarios que prestan ayuda en el campo. “Yo soy cristiano, y ellos, musulmanes”.

De esta forma, cuando los policías croatas lo expulsaron a golpes de su territorio, les espetó: “Soy cristiano, como vosotros”. Por ello, insiste: “Los musulmanes me tratan mejor que los cristianos”.

Pese a todo, los refugiados no pierden la esperanza de cruzar con éxito las fronteras que los separan de los países de la Unión Europea donde anhelan emprender una nueva vida. “Croacia necesita mucho dinero de Merkel [la canciller de Alemania] para frenar a los refugiados”, sentencia Zabi.

Manuel Vega

Escribo en periódicos. Ahora en @ElFarodeMelilla y updatemexico.com. Interesado en la Historia, la política internacional, los viajes y el deporte.

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