Tal vez sea la película más emblemática de los estudios japoneses de animación que lleva por nombre, Ghibli (aunque resultaría difícil elegir solo una). Una de las razones, es la famosa mascota que aparece en los créditos iniciales de sus producciones y que se le vio por vez primera en el filme que hoy recordamos, Mi vecino Totoro, a 35 años de su estreno.
Tonari no Totoro, tercera película de Ghibli (o por su nombre japonés, Kabushiki-gaisha Sutajio Jiburi), se dio a conocer el 16 de abril de 1988 en Japón y, desde entonces, se ha convertido en un filme mundialmente conocido, como la mayoría de Ghibli.
Totoro fue escrita y dirigida por el gran Hayao Miyasaki. La producción tiene como meta clave al público infantil, más genera empatía con personas de cualquier edad. Los temas que maneja son diversos y de distintos niveles de complejidad, es un cuento de mensajes, pero sin sermones, ya que ofrece una alternativa interesante para ver la vida.
La familia Kusakabe, integrada por el padre, Tatsuo, y las hijas Satsuki y Mei, se han mudado a una vieja casa en el Japón campirano, pues este queda relativamente cerca del hospital donde tratan la enfermedad de Yasuko, madre y esposa.
Un tema con tantas aristas como lo es la enfermedad de una madre con dos pequeñas de 4 y 10 u 11 años, forzadas a enfrentar la incertidumbre del futuro, es llevadero gracias a la actitud positiva de ambos padres, agradecidos de la oportunidad de estar juntos y ser felices, dentro de las circunstancias, dando más importancia al presente que al futuro.
Mi vecino Totoro, a la vez, es una historia de fantasía, en la que se nos muestra la determinación de dos pequeñas, la energía y la actitud innata de afrontar su destino con valentía, con capacidad de asombro y con una sensibilidad que muchas veces se pierde con la edad.
Como los filmes de Ghibli, Totoro es una historia de animales fantásticos, seres místicos y espíritus neutrales que se manejan entre planos. Estos no tienen motivación alguna, simplemente son y su tendencia -si se les pide de la manera correcta-, es hacia la bondad.
Las creaturas presentadas tienen mucho que ver con la cosmogonía japonesa, mezclados con la interpretación de forma y de fondo de Ghibli; al final, resultan irresistibles. También indescriptibles. El propio Totoro, bautizado así por la pequeña Mei, hace referencia a los troles, ancestrales habitantes de los bosques cuya nomenclatura equivalente en japonés es “tororo”. Nuestro Totoro puede ser, o no, el espíritu del bosque.
La imaginación, tanto la que se plasma en la producción como la que se propone en la historia, es un punto de trascendencia que nos da opciones ante las situaciones de vida Ejercitando nuestra imaginación las oportunidades se crean y las salidas se amplían. Ante la dificultad, se expande nuestra visión.
Y es precisamente un punto de crisis el detonante para que el mundo de los espíritus, los troles y gatos autobuses, converjan en la realidad, cuando Satsuki y Mei esperan a su padre junto a la vereda en la noche obscura y Tatsuo simplemente no llega.
La lluvia y la obscuridad, de repente dejan de ser un inconveniente.
Otro de los puntos que Ghibli maneja en sus películas, es la convivencia del hombre con la naturaleza; ambos son parte de un todo, el entorno se puede ver sin miedo y, más bien, aprender de él.
Tonari no Totoro (Kabushiki-gaisha Sutajio Jiburi) o Mi vecino Totoro, cumple 35 años de maravillar generaciones.