Cuando los gigantes caminaron entre nosotros

La visita de Pink Floyd hace 24 años.

El pasado 9 y 10 de abril se cumplieron 24 años de aquella única visita a nuestro país de uno de los grupos más importantes en la historia del rock: Pink Floyd. Era casi imposible de creer que la emblemática banda se presentaría solamente en tres países del continente americano: Estados Unidos, Canadá y México.

Actualmente, el cuarteto británico goza de un renombre que durante muchos años se reservaba sólo para aquellos que gustaban de visitar los tianguis con la finalidad de encontrar material difícil de conseguir en las tiendas de discos comunes y corrientes. Salvo The Wall y si acaso, The Dark Side of The Moon, los demás discos de Floyd eran omitidos por carecer de contenido comercial.

Y es que, encontrar en el listado de canciones que una placa albergaba sólo 5 canciones podía parecer desconcertante. Lo que es cierto, es que cada una de esos temas representaba toda una experiencia para los que se aventuraban a descubrir la esencia a menudo escondida entre un amasijo de sonidos experimentales que expresaban mucho más que su contenido lírico.

Aun así, el Autódromo de los Hermanos Rodríguez registró un gran lleno en ambas fechas. Más de 90, 000 personas se congregaron cada día para escuchar, en vivo, y en compañía de otros 89, 999 alienados musicales, lo que durante años habían disfrutado en la tranquilidad de sus dormitorios, de sus salas, viendo girar una y otra vez las placas de vinil o embobados con las portadas de cartón en lo que constituía toda una experiencia sensorial.

Dicho recinto incluso distaba de ser proclamado como propio por la recurrida cervecera. Las gradas, de madera, se erigían enormes en una especie de estadio improvisado. Sin embargo, hasta este hecho favoreció el disfrute de tal experiencia.

Al no haber cemento impidiendo la acústica, tres enormes grúas levantaban gigantes bocinas por detrás de los espectadores para propagar los sonidos que ya eran leyenda: La máquina registradora en Money o bien, los descontrolados relojes en Time, viajaban en poética secuencia a lo largo del foro propagado como fuerza centrífuga que mantenía a la gente pegada a los respaldos de los improvisados asientos (que eran, básicamente, las rodillas de la persona de atrás).

La gira The Divison Bell -que durante mucho tiempo constituyó el último disco de estudio de Floyd- promocionaba el lanzamiento de dicho material, ocurrido apenas el 4 de abril del mismo año y que daba tan sólo cinco días a los melómanos para aprender y reconocer durante las presentaciones. Más eso no fue impedimento, los asistentes igual coreaban (aunque con dificultad, o de plano, washawasheando) tanto High Hopes -recién estrenada-, como Another Brick in the Wall (Part 2), clásico setentero.

Aquellos afortunados tuvieron el privilegio de acudir a lo que sería la última gira internacional de Pink Floyd, con tres de sus clásicos integrantes: Richard Wright, Nick Mason y David Gilmour. Un par de noches únicas y literalmente… irrepetibles. Visita que se sigue paladeando a casi un cuarto de siglo.

Pink Floyd - High Hopes - Live PULSE

Un ejemplo de lo que representaba ver un concierto de Pink Floyd en 1994.

Las imágenes son únicamente de carácter ilustrativo y son propiedad de su autor.

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