Uno de los cineastas más recordados y respetados es, sin duda alguna, Sir Alfred Hitchcock, quien nace el 13 de agosto de 1899 en Leytonstone, Essex, Inglaterra. Se dio a conocer rápidamente en su país desde su debut en 1925 con The Pleasure Garden (El jardín de la alegría), película muda en blanco y negro, aunque su primer proyecto como director fue en 1922 con Number 13, pero la cinta fue cancelada antes de ser terminada.
Para 1940, ya con un gran renombre y 15 de trayectoria, Hitchcock hizo su transición al cine norteamericano, contratado por David O. Selznick (productor de Gone With The Wind, Lo que el viento se llevó de 1939). Su primer filme hollywoodense fue Rebecca, estrenada el 12 de abril de 1940, por lo que se celebra 80 años de su estreno.
El filme está basado en la novela de 1938 de mismo nombre, escrita por Daphne du Maurier y tiene en los papeles protagónicos a Laurence Olivier y Joan Fontaine. Rebecca fue un éxito e incluso ganó el premio Oscar como mejor película de 1940. Además, fue la entrada por la puerta grande para Hitchcock al continente americano.
Alfred Hitchcock no sólo conocía cada elemento de la dirección, sino que sabía explotar cada uno de ellos. La cámara era una extensión de sí mismo, sabía que era el ojo del espectador y que podía “manipularlo” como mejor le pareciera. Hitchcock sabía en qué momento mover la cámara y cuando dejarla estática, todo contribuía a la narrativa. Hacía enorme gala de trucos, experimentos y recursos.
Por ejemplo, en Rope (La Soga, 1948), la cámara tiene movimiento limitado; no hay intercortes; la idea es que Rope fuera una película de una sola toma, cosa imposible para la época, pues los magazines debían ser cambiados cada 10 minutos pues esa era la duración del metraje. Aun así, este portal permanece tan fijo como la víctima misma, que se encuentra en el baúl, inerte prisionero.
Rope se vuelve casi teatral, pues con planos secuencia tan largo, los actores están obligados a recordar sus diálogos, mantener un timing natural y llegar a las posiciones indicadas, para quedar dentro del cuadro de cámara y su iluminación. Un error y… a comenzar de nuevo.
Al inicio de Rebecca, la cámara avanza hacia adelante, como un personaje, en lo que parece una introducción a un cuento de hadas (en realidad es un sueño). Como la magia que evoca, la herramienta pasa a través de un enrejado que, mientras podría no ser detectado de inicio, intenta dar un sentido de lo etéreo, tan etéreo como la misma Rebecca.
¿Y qué decir del clásico Rear Window (La ventana indiscreta, 1954)? El espectador no sólo se convierte en participe, sino que el personaje de James Stewart (Jeff Jefferies) parece que se refiere a nosotros mismos cuando asegura que alguien lo está vigilando. Tan voyerista resulta el protagonista como el público en sí.
Psycho, con su memorable escena de la regadera, en la que Janet Leigh (Marion Crane) encuentra su fatal y prematuro destino, es la cámara de Hitch la que genera una sensación de desesperación e impotencia durante toda la secuencia. Los encuadres son cerrados, dejando apreciar poco, pero enfatizando los tétricos detalles.
Podríamos hablar de cada uno de los elementos utilizados por uno de los más grandes del cine, o sus facetas como productor y escritor. Lo que celebramos en esta ocasión, es el lenguaje que dejó y el legado tan importante, motivo de estudio, tanto en escuelas como por autodidactas o aficionados al medio.
La grandeza de Hitchcock, con su característico humor negro, quedó marcado para siempre y siegue siendo motivo de inspiración. A 40 años de su muerte, celebramos su genio y obra; de paso, también el estreno de Rebecca, hace 8 décadas.