Fue uno de los grandes arquitectos de la música inglesa, pero nunca le dio demasiada importancia. Sin él, no existiría Pink Floyd y, ciertamente, ninguna de las influencias que ejerció el grupo en el mundo. Figura trágica y por periodos atormentada, Syd Barrett no sólo fue un genio que debió haber dado mucho más, sino que también debió haber sido más reconocido de manera comercial.
El 14 de noviembre de 1970 salió a la venta el segundo y último disco de Roger Keith Barrett, titulado según su apellido y que fue producido por sus excompañeros y amigos de Pink Floyd, David Gilmour y Richard Wright.
Barrett fue excluido de Floyd debido al abuso de sustancias como el LSD y una enfermedad mental no prescrita en ese entonces. El cuarteto comenzaba a ganar tracción en la escena de la música tras el buen recibimiento de su disco debut de 1967, The Piper At The Gates of Dawn. Durante la grabación del segundo, en 1968, fue cuando los problemas con Barrett fueron insostenibles. Roger Waters, Nick Mason y Rick Wright acudieron a un amigo de Syd, a quien el apodado “Crazy Diamond” había enseñado algunos trucos de guitarra. ¿Su nombre? David Gilmour.
Ya con Gilmour en el grupo, Pink Floyd terminó de componer y grabar el segundo material, A Saucerful of Secrets, de 1968. Esta es la única producción en la que participan los cinco integrantes. Sin embargo, una deuda moral existía con el creador de la banda, por lo que sus amigos le ayudaron a grabar un disco como solista: The Madcap Laughs, de 1969. Para 1970 repitieron el proceso con Barrett. Este sería el último del músico que posteriormente se convirtió en pintor y se retiró a una vida tranquila en su natal Inglaterra, hasta 2006, año en que falleció.
Es precisamente una pintura de Syd la que adorna la portada de la placa que hoy tratamos. Pese a que las canciones tienen menos producción e instrumentación, es perfectamente detectable el estilo temprano de Pink Floyd. La voz, temática y actitud de Syd fue imprescindible para distinguir al grupo y hacerlos despegar.
Para Barrett, se agruparon 11 canciones que el inglés había desarrollado como plan para grabar con Floyd o de manera individual. Algunas memorables composiciones son contenidas en la placa y son citadas por un gran número de músicos como fuente de inspiración, ya fueran los propios integrantes de su exbanda u otros del tamaño de David Bowie.
Wright y Gilmour proveen parte de la instrumentación en sus respectivas herramientas de trabajo: teclados y guitarras. David Gilmour incluso toca batería en el tercer track, “Dominoes”, canción que llegó a ejecutar en vivo en varias ocasiones con su propio grupo.
Disparatadas, pero muy inspiradas son las composiciones de Barrett, tales como “Baby Lemonade”, “Rats”, “Gigolo Aunt” y “Efervescing Elephant”, entre otras, que nos llevan a preguntar “¿Qué habría pasado si…?”
¿Cuál habría sido el destino de Pink Floyd si Barrett hubiera permanecido como su líder? Es un hecho que la creatividad de sus demás integrantes habría salido a relucir eventualmente, tal como sucedió. Aun así, las canciones en ambos discos del cantante nos dejan algunas pistas. Y haciendo la especulación de lado, hoy recordamos lo que sí existe, un álbum de excelentes sonidos, Barrett, que llega al medio siglo de haber sido dado a conocer poniendo fin a una muy prometedora carrera musical, la de Syd Barrett, el “Diamante loco”.