Por alguna razón se titula Caifanes volumen II (bueno, por ser el segundo), pero es sin duda más conocido como El Diablito. La placa de la cual celebramos 30 años de su lanzamiento, ocurrido el 19 de junio de 1990, es uno de los mejores discos de rock de Latinoamérica y probablemente del mundo entero.
La portada famosa consta de una fotografía en blanco y negro del grupo con la emulación de lo que es una carta de lotería y uno de sus famosos personajes: el diablito, así como la denominación en la parte inferior derecha, sin más tipografía, por lo que el nombre se adoptó de inmediato para el álbum.
En cuanto a la música, el segundo disco de estudio del grupo mexicano está plagado de clásicos en lo que es una presunción de gran música. El material, canción tras canción, es demostración de lo que la identidad musical mexicana era a finales del siglo pasado. El rock auténtico con mensajes varios, literales o surreales, llegó para cambiar no a una, sino a varias generaciones.
El quinteto mexicano se convirtió en el máximo exponente de nuestro país en el llamado “rock en tu idioma”. Atrás había quedado la imagen fuertemente influenciada por el grupo goth inglés, The Cure, de Robert Smith. Ahora, Caifanes eran quienes marcaban la pauta y el rumbo a seguir por los nuevos grupos.
A su vez, Caifanes daba validez a la voz de los jóvenes como algo auténtico y que merecía ser escuchado, el rock ya no era copiado de los modelos norteamericanos o europeos, si bien de ahí se tomaba la base, ahora eran las propias influencias mexicanas y latinas lo que recubría tan definido –y fino- producto. No eran improvisados, sino inspirados.
Dicen que las grandes mentes piensan igual. No es necesariamente cierto en todos los casos; fue por ello que la magia que se creó en la primera encarnación de Caifanes no se repitió. Y tal vez no importa -pese a lo mucho que puede llegar a pesar la nostalgia-, con tan sólo cuatro discos, Caifanes dejó un legado imborrable y de una riqueza cultural invaluable. Demostraron que el acervo de México es una fuerza a reconocer y que surge de los mantos mismos de la gran Tenochtitlán.
Podríamos hablar de todas y de cada una de sus canciones, 11 en total, como ese arreglo de guitarra en “Detrás de ti” al inicio del disco y que nos advierte del gran viaje que tendremos por delante; o bien, de la dulzura musical y sutileza interpretativa de Saúl Hernández en “Antes de que nos olviden”; tal vez de la influencia bluesera en “La vida no es eterna”, pasando por el himno titulado “La célula que explota” con su intro de guitarra acústico, sus mexicanas marimbas y trompetas que probablemente ha sido interpretada por todos los grupos de rock amateurs y profesionales desde ese 1990.
En vez de eso, dejaré que lo disfrutes, que le des tu propio sentido, que te empapen acordes y memorias o que crees las nuevas. No hay mejor entorno que las notas angelicales de El diablito de Caifanes; o mejor dicho, Caifanes volumen II, a 30 años de su llegada.