La película Silence of the Lambs fue conocida en español como El silencio de los inocentes. La traducción suena bien, aunque no tiene el mismo sentido. La versión literal es El silencio de los corderos, con un significado que sí se aborda en la cinta, o que es crucial cuando leemos el libro de Thomas Harris, de 1988.
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La cinta fue todo un suceso en 1991 e incluso es de las pocas películas en haberse llevado los 4 premios más importantes en la ceremonia del Oscar: Mejor director (Jonathan Demme), Mejor actriz (Jodie Foster), Mejor actor (Anthony Hopkins) y Mejor película, además de Mejor guion adaptado.
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Como suele pasar, con el tiempo las películas pierden un poco de impacto, sobre todo si las vemos varias veces pues ya sabemos qué esperar y en qué momento, pero la maestría de la realización de Silencio, se aprecia aún con cada vista. Si bien la cinta simplifica varios elementos importantes, parte importante de la esencia se mantiene en sus dos horas de duración.
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Un gran logro es la manera en que el director lleva al espectador como él quiere, creando una gran sensación de impotencia. A veces, vemos a través de la perspectiva de la agente Clarice M. Sterling, quien está por graduarse en el FBI. Sterling es joven, inexperta y comete errores, más a la vez es determinada y talentosa, con visión e intuición, cualidades que le permiten desempeñarse perfectamente cuando su futuro jefe le encomienda entrevistar al doctor Hannibal Lecter, un peligroso criminal que tiende a comerse a sus víctimas. En contraste, Lecter es sumamente inteligente, carismático y letrado, su pasado como siquiatra le facilita la lectura de los individuos.
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Sterling es enviada al encuentro con el doctor Lecter, quien se encuentra preso y aislado permanentemente. Curiosamente, Sterling descubre que es más fácil hacer empatía con Lecter que con sus colegas.
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El motivo detrás de dicha entrevista es conseguir que Hannibal “el caníbal”, ayude a la agencia gubernamental a descifrar los actos de un asesino serial conocido únicamente como “Billy The Kid” y así poder detenerlo.
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Como espectadores, nos identificamos con Clarice, y descubrimos que necesita acallar a sus demonios personales a través de su trabajo. Sólo así conseguirá que los corderos con los que sueña sean silenciados. Los corderos se remontan a una mala experiencia durante su adolescencia y cuyas consecuencias definieron su vida futura.
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Como la agente Sterling, el espectador tampoco puede evitar sentir admiración por el doctor Lecter, cuya locura e intelecto está más allá de toda explicación. Si le sumamos la actuación de Hopkins, tenemos un personaje de leyenda.
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Cuando el espectador comienza a sentirse cómodo en los zapatos del personaje de Jodie Foster, el director lo saca de su perspectiva y lo convierte en una especie de fantasma, incrementando la sensación de impotencia. Para este momento, el público ya está inmerso en la historia. La experiencia resultante es una que no será olvidada durante un buen tiempo. De ahí, la prevalencia de este filme en la memoria del cine y de su gente, de la que se cumplen 30 años, habiendo sido estrenada el 14 de febrero de 1991, perfecta para el día del amor y la amistad, ¿no crees?