Cada Nochebuena, niños de todo el mundo esperan con ansias una tradición muy especial: rastrear a Santa Claus mientras reparte regalos alrededor del planeta.
El programa, operado por el Comando de Defensa Aeroespacial de América del Norte (NORAD), es seguido por millones en línea.
La oficina recibe 100,000 llamadas telefónicas de pequeños que preguntan por la ubicación exacta del trineo mágico.
Este ritual navideño, que combina tecnología militar con magia infantil, tiene sus orígenes en un error telefónico ocurrido durante la Guerra Fría, cuando la tensión con la Unión Soviética estaba en su punto más alto.
Un error que inició la tradición
La historia comienza en 1955, cuando un anuncio de Sears en Colorado Springs invitaba a los niños a llamar a Santa.
Sin embargo, el número publicado era el de una línea directa del Comando de Defensa Aérea Continental, predecesor de NORAD.
La llamada inicial fue atendida por el coronel de la Fuerza Aérea Harry W. Shoup.
En lugar de explicar el error a un pequeño emocionado por compartir su lista de deseos, Shoup improvisó.
Con una voz grave y alegre, respondió: “¡Ho, ho, ho! Soy Santa Claus. ¿Has sido un buen niño?”
Pronto, más niños comenzaron a llamar. El equipo militar, acostumbrado a monitorear posibles ataques, adoptó la misión de rastrear al legendario viajero navideño.
Una enorme pantalla de plexiglás que usaban para identificar objetos no identificados se convirtió en el primer “radar” de Santa. Así nació la tradición.
Un legado que persiste
Hoy, el seguimiento de Santa Claus ha evolucionado hacia una operación digital global.
NORAD utiliza sus avanzados sistemas de vigilancia para simular el recorrido del trineo en tiempo real.
Las familias pueden seguirlo en nueve idiomas desde su página web, además de interactuar con voluntarios que responden preguntas como: “¿Cuándo llegará Santa a mi casa?” o “¿Estoy en la lista de los buenos?”
A pesar de interrupciones como el cierre del gobierno en 2018 o incidentes de seguridad, NORAD nunca ha dejado de conectar con las familias.
Para los voluntarios, escuchar risas infantiles y sentir la emoción de los padres es una recompensa invaluable.