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Agustín de Iturbide: la muerte del otro Padre (traidor) de la Patria

A casi 200 años del fusilamiento del primer emperador de México, la figura de Agustín de Iturbide continúa resonando fuerte en la opinión de la sociedad mexicana, que continuamente se debate entre quienes lo abuchean y entre los que lo alaban, así como lo fue alguna vez en aquella primera mitad del siglo XIX en nuestro naciente país.

Entre la consumación de la Independencia finalizada el 27 de septiembre de 1821 y la abdicación a su Imperio acontecida el 19 de marzo de 1823, Iturbide pasó de ser “El Libertador”, un héroe nacional y gran estratega político y militar, a denostado como un autoritario, traidor, ambicioso, cruel y sanguinario.

En aquellos años, sus detractores se fueron agrupando numerosamente proviniendo de diferentes círculos sociales que compartían una visión liberal y republicana pregonada por la masonería; es decir, lo totalmente opuesto al sistema de gobierno que había establecido el emperador.

Desde el lado intelectual, quienes obraban con intensos esfuerzos para propiciar la caída de Iturbide eran el historiador y político Carlos María de Bustamante, y, el guayaquileño Vicente Rocafuerte (futuro presidente de Ecuador en 1834); éste último, político liberal proveniente de la facción que seguía los ideales de Simón Bolivar, el libertador de Sudamérica.

Rocafuerte escribió un libro titulado Bosquejo Ligerísimo de la Revolución de México, que se publicó en 1822 en la ciudad de Filadelfia, Estados Unidos, con la plena intención de dañar la imagen pública de Iturbide. Este ejemplo es quizá una de las primeras referencias en México sobre las campañas propagandísticas amañadas con tintes políticos que tenían por objeto desestabilizar al gobierno en turno.

Otros enemigos que fueron sumándose a la causa anti imperialista mediante conspiraciones fueron antiguos insurgentes veteranos de la Guerra de Independencia, casi todos masones, como fray Servando Teresa de Mier, el general Guadalupe Victoria, e incluso, hasta sus mariscales imperiales más fieles: Vicente Guerrero y Nicolás Bravo.

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El camino hacia la muerte del Libertador de México.

Una vez que los republicanos lo obligaron a salir exiliado de México rumbo hacia Europa en 1823, Iturbide y su familia anduvieron rondando hasta que por fin pudieron establecerse formalmente en Italia. Pero las ansias de seguir participando en la política mexicana, orillaron al ex emperador que después de un año volviera a querer incursionarse en un viaje de regreso a la nación que él había fundado.

Las motivaciones que tenía el derrotado Iturbide, según su propia versión, era ponerse al servicio del nuevo gobierno como un militar más, para defender el territorio de una supuesta invasión que España planeaba con apoyo de otras potencias europeas para reconquistar sus posesiones en América.

Finalmente, el 4 de mayo de 1824, Iturbide con 40 años de edad salió de un puerto en Inglaterra con rumbo hacia Tamaulipas en compañía de un grupo selecto de ayudantes. Justo en ese momento, quien alguna vez había sido considerado el salvador de la nación, estaba encaminándose hacia su muerte.

La embarcación logró arribar a las costas mexicanas de Soto La Marina el 14 de julio, y rápidamente al día siguiente, Iturbide se dispuso a cabalgar por unos momentos con la intención de explorar la región, acto que salió contraproducente porque en su trayecto fue identificado por el teniente coronel Juan Manuel Azúnzolo, ya que éste pudo notar el peculiar estilo del jinete, que era una de sus características inigualables. No por nada a Iturbide se le conocía como El Dragón de Hierro porque se le consideraba uno de los mejores militares de caballería, habilidad que al final le costaría su vida.

Iturbide sale hacia el exilio en 1823

Azúnzolo le notificó al exemperador que al haber arribado a México se encontraba fuera de la ley, ya que desde el 28 de abril de 1824, el Congreso de la República había expedido un decreto en donde se le juzgaba como traidor a la patria. Por tanto, el teniente coronel del ejército mexicano procedió a apresar a Iturbide para llevarlo detenido al poblado de Pandilla, lugar donde se encontraba sesionando la legislatura local tamaulipeca.

Durante el juicio exprés (sin abogado ni jurados), Agustín de Iturbide argumentó cuáles eran las razones de su venida a México, pero sus esfuerzos fueron inútiles; había quedado claro que la consigna gubernamental era acabar con la vida del consumador de la Independencia. A través del gobernador de Tamaulipas, Bernardo Gutiérrez de Lara (un antiguo insurgente simpatizante de Hidalgo y de Morelos) las ordenes del decreto su cumplieron y se ordenó fusilar al preso el lunes 19 de julio en el poblado de Padilla.

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El día de la ejecución se le permitió al “traidor” escribir una carta de despedida dirigida a su esposa Ana Huarte. De ese mensaje se rescatan una líneas dolientes, redactadas por un ser humano resquebrajado que sabe que le quedan pocas horas de vida: “Te dejo mi reloj y mi rosario como única herencia que constituye este sangriento recuerdo de tu infortunado, Agustín.”

Una vez que Agustín de Iturbide se plantó frente al pelotón de fusilamiento que daría fin a su vida, pronunció en voz alta sus últimas palabras. Ese pequeño discurso ha quedado prendado a su recuerdo histórico:

“¡Mexicanos! en el acto mismo de mi muerte, os recomiendo el amor a la patria y observancia de nuestra santa religión; ella es quien os ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros, y muero gustoso, porque muero entre vosotros: muero con honor, no como traidor: no quedará a mis hijos y su posteridad esta mancha: no soy traidor, no.”

¿Cuál es el legado que Agustín de Iturbide le dejó a México?

Lejos de las disputas ideológicas entorno al sitio histórico que hoy le da la historiografía a Agustín de Iturbide, y apartándonos de las narraciones que lo glorifican como “Padre de la Patria” o que lo denigran como “tirano, traidor a la Patria”, hay que analizar a Iturbide como una de las figuras que moldearon la creación de un Estado-nación que terminaría de consolidarse casi hasta el final del siglo XIX.

Si pensáramos cuál es el legado que dejó este personaje, simplemente hay que dar un vistazo a nuestra bandera tricolor mexicana; a ese estandarte nacional que hoy nos da identidad a cada mexicana y mexicano sin importar en donde estemos; a esa bandera que aún conserva en la actualidad los sueños, anhelos y ambiciones de una generación que sepultó a la Nueva España para darle vida a México.

Leonardo Ríos Vázquez

Historiador, comunicólogo e investigador sobre temáticas de política y seguridad.

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