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Cuando salir a las calles se ha vuelto una aventura

En ciertos momentos nos vemos sorprendidos por eventos exteriores que de manera agresiva interrumpen el normal transcurrir de nuestras vidas. La respuesta inmediata y casi instintiva es buscar a un culpable que responda ante la acción violenta que vulnera nuestra realidad.   

Obviamente, hay acontecimientos que se salen de nuestras manos y nos infringen íntimamente, ejemplo de esto son los distintos sucesos catastróficos de origen natural, un terremoto, una tormenta y en este caso particular, el evento emergente que nos ha confinado durante más de 60 días; el COVID-19.  

Aunque es un acontecimiento que no depende en primera medida de nosotros, si nos incluye, de manera que, sin ser los generadores de este, nos hemos ido convirtiendo en los actores principales de esta novela, casi llamada, crónica de una muerte anunciada.

Meses atrás pasamos días y noches viendo las mismas paredes y compartiendo de manera continua con las mismas personas, pues, por razones de seguridad, nos tuvimos que quedar en casa. 

Los días que pasaban y se iban haciendo insoportables provocaron que los teléfonos de psicólogos, terapeutas, pastores y acompañantes de vida se convirtieran en cajas musicales que no dejaban de sonar, pues el confinamiento, aun en nuestras propias casas, nos estaba llevando a la locura, o una especie de estrés emocional, afectando las mismas relaciones con nuestros seres mas queridos. 

Hoy, después de varios días en los que se ha ido abriendo la posibilidad de volver a la nueva normalidad -de acuerdo con un semáforo-, nos enfrentamos a un nuevo reto: la libertad. 

Salir a las calles se ha vuelto toda una aventura, pues es común encontrar dos tipos de personas.

El primer tipo de personas que encontramos, es quien respeta su propia libertad, y desde allí respeta la libertad del otro, colocando de su parte y procurando mantener las normas lógicas de seguridad, que ya desde hace muchos días atrás, hemos venido escuchando por todos los medios de comunicación existentes, de todas las formas pedagógicas y en todos los estilos musicales existentes, estrategias que lo único que han buscado es hacernos conscientes de nuestra responsabilidad con el otro, es decir, hemos contado con todas las herramientas para aprender a vivir nuestra propia libertad, sin afectar la del otro, siendo este el camino perfecto para reducir a su más mínima expresión el fenómeno emergente que se nos presentado durante estos tiempos. 

Del mismo modo, encontramos otro tipo de persona, aquella que de forma reiterativa hace suyo de modo imperativo el coro de una canción muy apreciada durante mi adolescencia; ME VALE TODO. Parece ser que, el mundo, las noticas, los fallecidos, los contagios, los estudios científicos e incluso el riesgo de llevar a sus casas el virus y con ello poner en riesgo a quienes supuestamente quiere, les pareciera un Reality Show en el que decenas de personas estamos participando al buscar cumplir con las normas de este nuevo modo de volver a la normalidad. Son personas que el concepto de libertad lo entienden para el otro y no para sí mismos, convirtiéndose así, no solamente en foco de contagio tipo COVID-19, sino en promotores de un virus más agresivo y destructor de sociedades: la mediocridad. 

Deja ver nuevamente esta pandemia la esencia de muchas de las personas que conforman nuestra sociedad. Personas desinteresadas por construir un país diferente, personas que pretende permanecer en sus mismos modos de vida, aunque la misma vida les está diciendo que necesitan hacer modificaciones profundas en su propio ser. Personas que seguirán ejerciendo su derecho a un voto, pero esperando con ello que todos los cambios lleguen desde afuera, sin asumir ninguna especia de modificación comportamental dentro de un deseo de influir en la transformación social de su comuna, ciudad o país. 

Este evento emergente relacionado directamente con nuestra salud orgánica, nos está  llevando a pensar en nuestra salud integral, convirtiéndose de esta forma –desde mi modo de observar– en la mejor herramienta que se nos da durante esta década para modificar todo lo que sea necesario y así poder reinventar las estructuras sociales y con ello influir en todo lo que la compone. 

Llegó la hora de esos buenos ciudadanos que buscan de todos los modos respetar el cruce del peatón, que paran cuando es rojo y siguen cuando es verde. Llegó el tiempo del ciudadano que guarda su basura en su mochila o en los bolsillos de su pantalón o incluso se espera a encontrar el bote adecuado para depositar allí la envoltura o el plástico que ya no necesita. Llegó el momento del ciudadano que no vende su conciencia por dinero, ni ofrece rebajas por tajada. Llegó el momento de ponerse el tapaboca, cargar siempre el gel antibacterial y tomar la sana distancia para transformar nuestro país.

Ponerse el tapaboca: dejar de hablar si no estás haciendo lo suficiente para transformar tu metro cuadrado.

Gel antibacterial: limpiar todo evento de robo, mediocridad o pereza que limite la evolución hacia una sociedad diferente.

Sana distancia: tener criterio y pensar en México, no en sí mismo. 

Llegó la hora de gritar desde ya, VIVA MEXICO, cada uno en su espacio, cada uno en su labor. Dando siempre un 1% más para construir el México que soñamos y que los mexicanos se merecen. Llegó el momento de los mexicanos de verdad. 

¡Viva México!

Carlomangno Osorio Uran

Coach. Conferencista y tallerista en temas de liderazgo, salud emocional y cultura organizacional en países como Colombia, México y Guatemala.

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