Cuando hablamos de amores y amoríos, no hace falta más explicación, al poner una palabra junto a la otra, claramente nos dejan ver la diferencia entre sí. El tema de las organizaciones de trabajadores también ha dejado en claro esa diferencia, no olvidemos que en sus inicios coquetearon con el cooperativismo y el mutualismo, pero su amor se consolidó el siglo pasado con el sindicalismo… su amor le permitió ser capaz de unirse en pro de la conciliación trabajo capital. Y este amor crecía día con día, llegando a ser una gran fuerza, precursora y reivindicadora de grandes movimientos sociales, el amor prosperaba y se multiplicaba en acciones que defendían a muchos. El amor duró poco, el sindicalismo se dejó seducir por las delicias del poder y sucumbió a los encantos que su fuerza política le proporcionaba, cual esposa engañada dejó a los principios que le regían en sus inicios. Empezó a manejar el doble discurso, comenzó a traicionar ese amor, arriesgándolo, sabiendo que tenía un refugio seguro en los brazos del poder en turno.
En los años de consolidación del sindicalismo, la presencia de las mujeres en el mercado laboral formal apenas despuntaba, por lo que comenzó siendo un sindicalismo masculinizado, la fuerza de su masividad y las consecuencias sociales y políticas que esto generaba, lo hicieron un movimiento agresivo y competitivo. Esto alejaba aún más la posibilidad de la participación de mujeres en sus filas, aunque ellas ya habían dado suficientes pruebas de amor: en 1915 muchas de ellas ya estaban organizadas en sindicatos que pertenecían a la Casa del Obrero Mundial y hacían diferentes actividades de labor social, e incluso en sus memorias, Álvaro Obregón habla de 9000 mujeres de este gremio que se unieron a su ejército.
Lo cierto es que las mujeres siempre han estado presentes, pero pocas veces han sido visibilizadas, el sector femenino ha sido la amante que se mantiene a la sombra en los movimientos sindicales.
La importancia de las mujeres en el mercado laboral se presenta de muchísimas maneras, aunque no hay suficiente literatura que haga análisis de este tema, la realidad es que la mujer fue segregada al espacio privado en períodos donde había necesidad de incrementar la natalidad con el propósito de planear a tiempo una posible escasez de mano de obra; la mujer es la principal generadora de fuerza proletaria, porque posee naturalmente el privilegio de la maternidad, que se ve extendida hasta la crianza. El capitalismo procura bajo diferentes estrategias “acompañar” a la mujer en su proceso de generadora de fuerza trabajadora, sin la participación de la mujer en el sector privado, la mano de obra de los varones en el sector público sería considerablemente más cara para los patrones.
En los últimos años, la participación de las mujeres ya figura en los discursos de los principales líderes sindicales en México, sabemos también de una historia que prometía ser un gran amor: una figura femenina al frente de uno de los sindicatos más grandes de México, pero es una figura femenina que se maneja bajo la lógica masculina, por lo cual no representó a cabalidad los intereses colectivos de las mujeres… sólo lo calificaremos como un desliz.
Si en realidad el sindicalismo nos quiere demostrar un amor verdadero, queremos verlo por escrito: queremos vernos incluidas en los contratos laborales, en las tomas de nota y por supuesto, también en las negociaciones colectivas; de lo contrario, sólo sería un amorío más… de esos, de los que hay muchos todos los días y que no llegan a ser amores…