Decía el poeta nayarita Amado Nervo: “cada quien es arquitecto de su propio destino”. Sin embargo, de vez en cuando se presentan oportunidades de una sola vez en la vida. En caso de aprovecharlas, la vida puede dar un vuelco radical.
Esa encrucijada se le presentó a México en las primeras décadas de este Siglo XXI: el bono demográfico.
Más allá de los discursos políticos, la verdadera oportunidad de “Mover a México” o juntos “Hacer Historia” era el oportuno aprovechamiento del bono demográfico para generar riqueza.
El Consejo Nacional de Población (Conapo) define al bono demográfico como el fenómeno que se da dentro del proceso de transición demográfica en el que la población en edad de trabajar es mayor que la dependiente (niños y adultos mayores), y por tanto, el potencial productivo de la economía es mayor.
El fenómeno, de acuerdo con las estimaciones, se ubicará, principalmente, entre los años 2000 y 2030, cuando por cada 100 personas en edad productiva haya un poco menos de 50 en edad inactiva.
Esta ventana de oportunidad demográfica puede ser un factor de desarrollo para los países, siempre y cuando se aproveche, es decir, que la población económicamente activa encuentre empleo, genere riqueza y ahorro para pasar a la siguiente etapa: el envejecimiento de la población.
Si el bono poblacional no se aprovecha, se transforma en un pesado pagaré. El tiempo apremia y como país parece que no lo hemos sabido aprovechar. Una última oportunidad parece ser la tendencia de relocalización o “nearshoring”.
En México, según el Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se está desperdiciando este bono demográfico.
Durante los últimos 40 años la economía ha tenido un crecimiento modesto, lejos de estar a la par del ritmo de crecimiento poblacional. Esto quiere decir que la actividad económica no está generando los suficientes puestos de trabajo para quienes están en edad de trabajar.
Los grupos de edad que integran el “bono” no están encontrando oportunidades de empleo formal en el país, se han volcado están a la economía informal —donde no hay esquemas de seguridad y ahorro para el retiro— o están migrando hacia el mercado mundial, particularmente Estados Unidos.
En nuestro país, la población trabajadora está mayoritariamente en la informalidad, sin prestaciones ni ahorro para vivienda ni retiro.
Y aunque los migrantes envíen remesas, éstas siempre son una parte marginal de su salario y suelen emplearse para el consumo inmediato, no para crear infraestructura.
Para muchos la discusión y polémica por el sistema de pensiones es ajeno. Muchos no tienen afore o lo guardado es marginal porque han pasado gran parte de su vida laboral sin cotizar.
Por contra, algunos que han tenido el privilegio de jubilarse como funcionarios públicos cuestan al erario varios billones de pesos cada sexenio.
Este año tenemos la oportunidad de patear de nuevo el bote hacia adelante o hacer una reforma que haga que las pensiones dignas no sean un privilegio de algunos.