En el marco de la contingencia derivada del Covid-19 el atraso de México en materia de desarrollo tecnológico, investigación y de innovación quedó al desnudo, mientras que se puso de manifiesto que el progreso técnico ocupa un primer lugar en la agenda pública de otros países.
Si bien las carencias de la inversión en el conocimiento científico se han evidenciado en el campo de la medicina por tratarse la pandemia de un problema de salud pública, lo cierto es que el rezago y falta de competitividad de nuestro país existe prácticamente en todas las disciplinas de la ciencia y la tecnología.
Un ejemplo de ello es que a partir del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, México se haya colocado en los primeros lugares en la producción de vehículos automotores a nivel mundial, constituyéndose como la séptima potencia armadora de vehículos, un sitio en el que se ha mantenido desde el año 2014.
La paradoja es que nuestro país carece de un desarrollo de investigación tecnológica relacionada con la industria automotriz, pese a los intentos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) de alentar, promover e inclusive concientizar sobre la importancia de volver a mirada a la investigación e innovación tecnológica.
Esa indiferencia –o si se quiere falta de interés institucional hacia la inversión en educación tecnológica–, ha sido el talón de Aquiles de México durante muchos años y en todos los sectores incluyendo la investigación en el campo de la medicina, lo que ha reducido significativamente los niveles de competencia y progreso técnico de nuestro país.
Mientras que algunos países cuentan con el desarrollo y la inversión pública y privada para competir incluso en la invención de una vacuna contra del COVID-19, a la mayoría de las naciones emergentes no les queda otra opción que estar a la expectativa respecto a los avances y el resultado de esa carrera por la salud, y en última instancia ser considerados en una distribución que sea pronta y justa.
Este problema estructural no es resultado de la falta de ingenio, talento, capacidad de los creadores e investigadores mexicanos, como sí lo es del desinterés, la indiferencia institucional y la falta de inversión en el conocimiento e innovación tecnológica.
La ausencia de inversión ha sido por el lado público como del privado. El impulso a la ciencia y la tecnología no compete exclusivamente al Estado, debe contemplar la participación de la iniciativa privada o, por lo menos, la concertación entre ambos para fomentar la inversión en este rubro.
A pesar de ser fundamental el sector tecnológico en el marco de una competencia económica multilateral, el apoyo privado a los investigadores es casi nulo en México, contrariamente a lo que sucede en otros países, en los cuales se destinan grandes recursos económicos a las universidades e investigadores para encontrar nuevos conocimientos tecnológicos que les permitan estar un paso adelante, en eficiencia, competitividad y productividad, aspectos determinantes en un mundo de por sí globalizado.
En los países menos avanzados, como el nuestro, el financiamiento privado a la investigación brilla por su ausencia, dejándose la responsabilidad exclusivamente al Estado, lo que conlleva a los precarios ingresos de quienes se dedican a esta actividad y a un deficiente desempeño como país en materia científica y tecnológica, sin mencionar el rezago palpable en otras áreas relacionadas, como la capacitación.
El desarrollo en materia tecnológica requiere de políticas públicas que otorguen prioridad y destinen suficiente presupuesto público al conocimiento científico y tecnológico, así como del apoyo decidido del sector privado, interesado en la aplicación de la innovación a los sistemas de producción.
Solamente con políticas de mayor inversión al conocimiento e innovación, se logrará la consecución del progreso técnico nacional y dejaremos de ser un país fundamentalmente armador de autos.
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