En la retórica de la oposición se acusa a los dirigentes del oficialismo de promover la división del país.
Acusan que el presidente genera odio, con un discurso polarizador y lo llaman al diálogo, a privilegiar los acuerdos y el consenso.
La armonía, como discurso, suena bien, pero en la práctica política es un absurdo. De haber armonía no habría necesidad de hacer política ni de ejercer el poder.
La política no es el arte de “llegar a acuerdos”, es más bien la gestión de intereses encontrados que tienden al conflicto dentro de unos límites que evitan el exterminio del otro.
A esto le llama la autora Chantal Mouffe como la política del agonismo. Esto es “atenuar” o “domesticar” el antagonismo potencial de las relaciones humanas.
Puesto en términos de relaciones interpersonales, en una relación de pareja en la que no hay peleas, en la que alguien dice a todo “sí mi vida”, hay una relación rota, en la que alguien ha impuesto al otro condiciones o ha renunciado a su identidad.
El conflicto y la confrontación es inherente a la condición humana, en consecuencia es inherente a la política y en particular a la política partidista.
El formar una organización, con una ideología, para conquistar el poder supone siempre la creación de un “nosotros” (partido nuevo) frente a un “ellos” (el gobierno actual) a quienes se busca superar.
Los partidos políticos trabajan permanentemente en delimitar ese “nosotros” de la forma más amplia posible para acceder al poder.
Quien logra generar un “nosotros amplio” y traducirlo en votos accede al poder en democracia.
Actualmente vemos que desde los partidos de la oposición en México construye el “nosotros” llamándolo “ciudadanos”, frente al “nosotros” construido por López Obrador llamado “pueblo”.
Los llamados al consenso y la unidad suelen ir acompañados de frases que terminan destacando el “agonismo”, las diferencias entre ellos y nosotros.
La propia operación de definir la dicotomía “ellos fomentan el odio” vs “nosotros queremos unidad” es una maniobra que define un “nosotros” frente a un ellos.
Ese tipo de discursos los vemos uno tras otro en las discusiones parlamentarias. Los debates parlamentarios no buscan persuadir, convencer o acercar posiciones.
El uso de tribuna se usa una y otra vez para fijar narrativas políticas cuyo objetivo es reforzar la dicotomía entre “ellos” y “nosotros”.
Los partidos políticos “romantizan” la idea de la unidad y el consenso para luego profundizar las distinciones.