Los medios de comunicación somos un poder. Un poder en los hechos, factico. Los medios tienen capacidad de incidir la conquista o mantenimiento del poder político.
Pero los medios no debemos ser un actor polítco. Los políticos están en la lucha constante por obtener o mantener el poder público y para ello usan distintas estrategias.
Una de esas estrategias es crear narrativas, ideologías, cristales que sirven filtrar y organizar los hechos y para llamar a la acción, invariablemente en términos de protagonistas y antagonistas en conflicto.
La lucha por el poder es intrínsecamente polarizante, es la lucha por obtener una victoria cultural: hacer que una narrativa sea hegemónica. Lograr que una visión sea compartida por diferentes sectores de la sociedad.
En términos de Gramsci, esa hegemonía se logra cuando la narrativa es compartida por instituciones sociales como el ejército, la escuela, la iglesia, los organismos empresariales y los medios de comunicación.
Para lograr esa hegemonía, los políticos buscarán propagar sus narrativas. Su forma de interpretar los datos e identificar a los protagonistas y antagonistas.
Los periodistas deberíamos ser solo una especie de narrador omnisciente, capaz de desprendernos de las narrativas que impulsan los actores políticos y presentarle al público los elementos factuales, los hechos, para que cada ciudadano decida por sí mismo si se adhiere a u otro relato.
Pero los medios no debemos ser protagonistas. Hay un viejo adagio al respecto. Los periodistas no somos la nota.
Cuando los periodistas nos hacernos protagonistas del relato en las narrativas políticas, nos conviertimos en actores políticos. Y en tanto actores políticos se diluyen valores democráticos que deben guiar la actividad periodística como la pluralidad, el espíritu de objetividad, el servicio de brindar información útil para que la gente tome decisiones.
Los medios de comunicación convertidos en actores políticos terminan comportándose como juez, como parte, como tribunal supremo que desde un atalaya enjuicia. Y no. Ese no es el papel de los medios en una sociedad democrática.
Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma. Un buen periodista es un espejo de una sociedad plural. Un periodista metido en una narrativa política termina siendo como el espejo de Blancanieves, ya no solo refleja, enjuicia y participa en los hechos.
Creo que el papel de los medios no es confrontar al poder político. Escudriñarlo, exponer sus hecho sí. Confrontar es formar parte de una lucha en la que el periodista debe ser ajeno.
Sin embargo, la ascepcia entre poder político y poder mediático es un deseo inconquistable. Los periodistas somos personas con preferencias y subjetividad.
Si los medios son un poder político ¿entonces quién los controla? En democracia, los propios medios vigilan y escudriñan a sus pares para que no sean actores políticos disfrazados de Clark Kent… o payasos tenebrozos.
A la luz de estas premisas, saque usted sus conclusiones respecto del diferendo por lo publicado por Álvaro Delgado sobre Latinus y la respuesta del medio de comunicación que tiene como cara visible a Carlos Loret de Mola.