Una vez más habló el idioma del odio, de la sinrazón. Una vez más se hizo visible este proceso de deshumanización que se está viviendo, donde el color de piel, o la cantidad de monedas en los bolsillos determinan si una persona tiene algún valor para el mundo, o si es prescindible, o peor aún, si se considera como un ser residual.
El mundo se ha vuelto frío. Y en México también hay frío.
En México hay suficiente frío… el frío se siente, en verdad cala hasta los huesos, y bajo el cartón el frío debe sentirse peor.
También la lluvia se escucha diferente bajo el cartón donde están mis hermanos, mi gente, los desprotegidos… los que no tienen opciones. Donde los niños pierden su infancia bajo los azotes del hambre, de la ignorancia, de la indiferencia.
Donde nadie respeta sus derechos, por más que haya leyes internacionales para su protección, en mi México son letras casi muertas. Un México donde nuestras niñas aún siguen siendo objetos y son cambiadas por canastas de víveres, porque el hambre aqueja a su familia, porque no hay futuro ni manera de seguir sosteniéndola económicamente.
Ese México sí duele… Porque hay lugares donde el hambre duele, el frío duele, el olvido es tan denso que puede tocarse, donde la necesidad se huele y se siente.
México llora… sus lágrimas nacen en forma de resignación, desconsuelo, tristeza, falta de credibilidad en quienes nos gobiernan. Falta de esperanza.
México llora por los que han dejado sus lugares, costumbres y familia en busca del sustento y se encuentran con aquellos que no sólo los ven diferentes, los ven inferiores, innecesarios e incómodos… y los matan.
El tiroteo en El Paso, no tiene un culpable, realmente existen muchos culpables. La división entre las personas es cada vez más visible, la otrerad ha pasado a ser un motivo de odio, de discriminación y de invisibilidad. Parece haber desaparecido ese pensamiento donde se afirmaba que el otro es parte de un todo al que ambos pertenecemos, y que entonces, lo que le pasa al otro, me afecta a mí. Esa idea humanista de que el otro tiene una hermandad conmigo es solo un cliché.
Ahora, vemos cada vez más “otros”: los negros, los blancos, los religiosos, los ateos, los hombres, las mujeres, los ricos, los pobres, los hetero, los homos, los trans, los mojados, los legales, los queridos y los odiados, son parte de un larguísimo etcétera. Y lo grave es que en este mundo lleno de otros, se ha aprendido a odiar las diferencias.
Esta masacre donde murieron 22 personas, obliga a recordar que 22 no es sólo un número en esta ocasión, es una sacudida que debe cimbrar todo el sistema, a nivel individual debe invitar a reflexionar hasta dónde se ha degradado nuestro concepto de la dignidad humana, y de la vida misma, es momento de reflexionar de dónde surgen los discursos que le regalan supremacía a un grupo por sus características físicas, económicas, religiosas, sexuales o por su origen y lugar de residencia.
Y entonces, pasa esta masacre donde 22 personas con nombre y apellido son asesinadas por el odio, y la vida sigue… desaparecen 43 y la vida sigue… se sabe que son muchísimos más que estos 22 y 43, y la vida sigue… pero también sigue el dolor, la frustración, la impotencia, la rabia de saber que a diario matan y desaparecen a muchos de los nuestros… lo que no debe seguir es el frío de los corazones, el frío de la indiferencia. Porque la indiferencia también mata.