Negociar también es transformar
En política, negociar no es claudicar; es ejercer poder con inteligencia. Y lo que ocurrió en Querétaro con la miscelánea fiscal 2026 confirma una verdad que incomoda a muchos: la transformación no siempre se grita, a veces se construye en mesas largas, con números sobre la mesa y decisiones que no dan aplausos inmediatos, pero sí cambian el rumbo. El proceso presupuestal de este año dejó una señal clara: el Congreso dejó de ser una ventanilla de trámite y empezó, por fin, a comportarse como un contrapeso real.
Lo advertimos desde el inicio del debate: la llamada 4T no es un bloque monolítico. Conviven en ella dos visiones de hacer política. Por un lado, quienes creen que señalar, acusar y tensar la narrativa basta para cumplir con su papel. Por el otro, quienes entienden que sentarse a negociar no es traicionar principios, sino traducirlos en decisiones concretas. En esta ocasión, fueron estos últimos quienes marcaron la ruta. Apostaron por la discusión técnica, por tensar la cuerda pero sin romperla y por incorporar al presupuesto modificaciones sustantivas que no estaban contempladas en la propuesta original del Ejecutivo.
El resultado fue relevante y, sobre todo, medible. Por primera vez en varios sexenios, el Congreso del Estado le enmendó la plana al Ejecutivo. Hubo redireccionamiento de recursos hacia regiones que más lo necesitan como la Sierra Gorda y el semidesierto; se creó un fondo específico para comunidades y pueblos indígenas; se fortaleció el programa de atención a personas con discapacidad; se ajustó la fórmula de distribución del IEPS para beneficiar a municipios con menor población; se estableció un fondo de contingencias sin crear nuevos impuestos; y se frenaron incrementos y esquemas de endeudamiento que habrían impactado directamente a las familias. No es discurso: es política pública con impacto territorial.
Durante el debate en el Pleno, las y los diputados de Morena fueron claros en un punto que conviene subrayar: el cuestionamiento no fue al ejercicio del gasto, sino a su planeación. La crítica central fue que el presupuesto privilegiaba obras “maratónicas”, vistosas, de alto impacto mediático, pero alejadas de una lógica de justicia social. Invertir millones sin una estrategia territorial clara, sin priorizar servicios básicos y comunidades vulnerables, reproduce desigualdades que se arrastran desde hace décadas. Lo que se exigió fue un rediseño del presupuesto para que los recursos llegaran a donde más se necesitan. No gastar menos, sino gastar mejor.
Este momento también dejó ver algo que Acción Nacional tuvo que procesar a marchas forzadas: ya no gobierna con la comodidad de antes. El Ejecutivo es azul, sí, pero el Legislativo dejó de ser un apéndice automático. Hoy los votos se cuentan, se negocian y se condicionan. La sesión en la que se rechazó por primera vez el paquete fiscal completo fue un golpe simbólico y político que rompió una inercia histórica. No fue caos institucional; fue un mensaje de fuerza: sin negociación real, no hay presupuesto.
Aquí aparece una pregunta incómoda: ¿qué habría pasado si no se alcanzaba ningún acuerdo? La respuesta es clara y preocupante. De no haberse aprobado la miscelánea, el gobierno habría tenido que ejercer el mismo presupuesto de 2025, con miles de millones de pesos sin reetiquetar, sin ajustes y sin nuevos mecanismos de vigilancia. Eso habría significado manga ancha, discrecionalidad y cero contrapesos. Todos habríamos perdido. Por eso vale la pena preguntarse: ¿a quién le convenía ese escenario?
Negociar fue, en los hechos, evitar nuevos impuestos, frenar endeudamientos, obligar al Ejecutivo a ceder y fortalecer el papel del Congreso. Fue reconocer que la política no se trata de ganar discusiones en redes sociales, sino de incidir en la vida real de las personas. Y también fue exhibir una fractura interna en la 4T que este lunes, cuando se vote el dictamen en el Pleno, volverá a hacerse visible. Porque hay quienes optan por la pureza discursiva, y seguír atendiendo a sus propios intereses aunque eso implique renunciar a cambios concretos en favor de sus representados. Y habrá quienes sí asuman el costo político de negociar para transformar en favor de las mayorías y atendiendo a su mandato popular.
Querétaro está frente a un nuevo tablero político. Uno donde la mayoría ya no se impone, se construye. Donde el presupuesto dejó de ser trámite para convertirse en poder. Donde el Legislativo empieza a ejercer su función más allá de la cortesía institucional. Y donde la ciudadanía debería mirar con más atención no a quién gritó más fuerte, sino quién logró mover recursos, corregir inercias y cambiar prioridades.
La grilla entretiene. Los discursos escandalosos generan likes. Pero los acuerdos bien negociados transforman realidades. Y hoy, aunque a muchos no les guste aceptarlo, eso fue lo que ocurrió. Negociar también es transformar. Y Querétaro acaba de dar una lección política que no debería pasar desapercibida.





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