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Nuestra Voz Querétaro

Querétaro: un año de política sin sobresaltos, pero con señales claras

Si algo dejó claro este año político en Querétaro es que la estabilidad también comunica. En un país marcado por la polarización, los gritos y las ocurrencias convertidas en agenda pública, el estado volvió a jugar un papel que no siempre luce, pero pesa: el de la previsibilidad, el orden institucional y la continuidad como valor político.

No fue un año de grandes rupturas ni de sacudidas electorales, pero sí de definiciones. Querétaro cerró el ciclo con una narrativa que, hacia afuera, sigue siendo atractiva: crecimiento económico sostenido, inversión, generación de empleo y gobernabilidad. Y hacia adentro, con tensiones naturales entre partidos, reacomodos silenciosos y una ciudadanía cada vez más exigente… aunque menos paciente con la política tradicional.

En materia de desarrollo, el estado mantuvo su posición como uno de los polos industriales y logísticos más importantes del país. La llegada y expansión de empresas, particularmente en los sectores aeroespacial, automotriz y tecnológico, no fue casualidad: responde a una política de largo aliento que privilegia infraestructura, certeza jurídica y talento. Eso, en el contexto nacional e incluso global —con economías desacelerándose y conflictos internacionales tensionando cadenas de suministro—, colocó a Querétaro como un territorio confiable. Y en política, la confianza es capital.

Pero la estabilidad no significa ausencia de debate. Al contrario. Este año dejó ver una oposición desde Morena, que ha insistido en cuestionar no tanto el gasto, sino la planeación y el impacto social de las obras. El discurso de la “justicia social pendiente” empezó a tomar forma en tribuna y en redes, buscando conectar con comunidades que sienten que el desarrollo no siempre les toca la puerta. No ha sido, todavía, un golpe estructural, pero sí una advertencia: el relato del progreso necesita ser más incluyente si quiere sostenerse.

El PAN, por su parte, cerró el año fortalecido en percepción. A nivel nacional, encontró en Querétaro uno de sus principales bastiones, un ejemplo que suele presumirse cuando se habla de “buenos gobiernos”. Esa posición no es menor en un contexto donde los partidos buscan referentes que les permitan competir con credibilidad.

Sin embargo, el verdadero desafío no está solo en los partidos, sino en la ciudadanía. Este año confirmó una tendencia que preocupa y obliga: la gente se interesa cada vez menos en las noticias políticas tradicionales. No porque no le importe lo que pasa, sino porque está cansada del lenguaje acartonado, de las promesas recicladas y de la política que habla de sí misma. La conversación pública se está moviendo hacia lo cotidiano, hacia lo que sí cambia la vida: transporte, seguridad, empleo, servicios, alimentación, oportunidades para jóvenes y cuidado de adultos mayores.

En el tablero nacional, Querétaro sigue siendo un estado observado. No escandaliza, no improvisa, no confronta. Y eso, en tiempos de ruido, se vuelve una ventaja. A nivel internacional, su perfil como destino de inversión y ejemplo de gobernanza subnacional estable lo mantiene en el radar de organismos, empresas y gobiernos. No es protagonismo, es reputación. Y la reputación, en política, se construye lento… pero se pierde rápido.

El cierre del año deja una lección clara: Querétaro no está en pausa, pero tampoco puede dormirse en la comodidad del “así estamos bien”. El desarrollo económico necesita traducirse en bienestar tangible; la oposición necesita pasar del discurso a propuestas viables; el partido en el poder debe evitar la tentación de la autosuficiencia; y la ciudadanía merece una política que no subestime su inteligencia ni su cansancio.

La transformación —esa palabra tan usada y tan manoseada— no siempre llega con estruendo. A veces se construye con acuerdos, planeación y decisiones que no buscan aplauso inmediato. Querétaro, este año, apostó por eso. El reto será que esa apuesta siga teniendo sentido para quienes viven el día a día, no solo para quienes miran los indicadores desde arriba.

Porque al final, la política que importa no es la que presume cifras, sino la que logra que más personas sientan que el rumbo también es suyo.

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