6 de cada 10 niños en México sufren algún tipo de violencia

En México viven más de 38 millones de niñas, niños y adolescentes, y lamentablemente, 6 de cada 10 sufren agresiones físicas o psicológicas como parte de su formación, de acuerdo con datos de Unicef.

La violencia hacia las infancias ocurre en distintos entornos: en casa, en la escuela, en la comunidad e incluso en instituciones que deberían protegerlos.

A nivel mundial, explica Unicef, los menores están expuestos a diversas formas de abuso a lo largo de su vida.

En nuestro país, la situación se complica porque muchos casos no se denuncian.

La ONU señala que el miedo al agresor, el estigma, la desconfianza en las autoridades o el desconocimiento de sus derechos impiden a los menores pedir ayuda.

Violencia que no se ve, pero deja huella

De acuerdo con Carmen Gabriela Ruiz Serrano, académica de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM, el abuso infantil puede ser físico, psicológico, sexual, o darse por negligencia y omisión de cuidados.

“El problema es que suele ocurrir en los entornos más cercanos, como la familia o la escuela”, explica. Y aunque a veces no es visible de inmediato, sus efectos son profundos: afectan el desarrollo biológico, psicológico, social y cultural de los menores.

Ruiz Serrano advierte que cuando los agresores son personas cuidadoras o de confianza, el daño es todavía mayor.

Además, la violencia estructural, como la migración forzada, también coloca a niñas y niños en situaciones de alta vulnerabilidad.

Hoy en día, la violencia hacia las infancias no se limita a los golpes. La experta menciona situaciones como:

Todo esto roba a los menores su derecho a la educación, al juego y a una vida libre de violencia.

Aunque las cifras oficiales son escasas, Unicef estima que 63% de niñas y niños en México han vivido algún tipo de violencia, muchas veces normalizada bajo ideas como “el golpe a tiempo”.

“El golpe a tiempo” deja cicatrices permanentes

En la cultura mexicana todavía persiste la creencia de que pegar a tiempo corrige el comportamiento. Pero esto, advierte Ruiz Serrano, no solo no educa, sino que provoca cambios neurobiológicos.

Durante los primeros seis años de vida, el cerebro se desarrolla en un 90%. Si un niño o niña vive en un ambiente violento, se ve afectada su capacidad para sentir empatía, lo que puede derivar en baja autoestima, ansiedad, depresión y problemas para relacionarse en el futuro.

Además, la violencia infantil tiene efectos sociales: quienes la sufren tienden a reproducir conductas agresivas, son etiquetados como “problemáticos” y excluidos de entornos escolares y comunitarios.

¿Qué podemos hacer como sociedad?

Ruiz Serrano lo resume claro: los niños y niñas no son propiedad de nadie, son responsabilidad de toda la comunidad.

Crear entornos cariñosos, respetuosos y seguros no solo protege a los menores, también fortalece el tejido social. Ignorarlo tiene consecuencias: problemas de adicciones, enfermedades y violencia social.

En México existe un marco jurídico, como la Ley General de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, pero aún falta mucho para que se aplique de manera efectiva.

Con información de la UNAM.

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