Seguridad hídrica y alimentaria: el dúo dinámico que puede salvarnos del hambre y la sed

¿Te imaginas tener que elegir entre un vaso de agua limpia o un plato de comida? Aunque suene extremo, en muchas comunidades de América Latina esa es la realidad diaria.

Y no es porque no quieran comer o hidratarse: es porque el acceso al agua potable sigue siendo un lujo para millones de personas.

Durante una conferencia organizada por la UNAM y la Red ILAR, el especialista Hugo Melgar Quiñonez, de la Universidad McGill en Canadá, dejó algo muy claro: si queremos avanzar hacia un mundo más justo, sin hambre ni desigualdad, no podemos hablar de seguridad alimentaria sin hablar de seguridad hídrica. Son dos caras de la misma moneda.

¿Qué tiene que ver el agua con la comida?

Mucho. Porque no solo necesitamos agua para beber, sino también para cultivar los alimentos que nos nutren. Desde el riego en el campo hasta el procesamiento de los productos que llegan a la mesa, el agua está presente en cada bocado.

Sin embargo, hay zonas donde el agua no llega a las personas, pero sí a las industrias, al agro de exportación o incluso al mercado ilegal del “huachicol” del agua.

Melgar Quiñonez explica que muchas veces el agua disponible termina en cultivos que no alimentan a las comunidades, sino que se exportan como commodities (productos agrícolas que se venden en masa al mejor postor).

Así, los recursos hídricos que podrían mejorar la vida de miles, se van en aguacates para otros países o en refrescos producidos por grandes empresas.

Agua para vivir… y para comer

El acceso al agua de calidad no solo es vital para evitar enfermedades: es un derecho humano reconocido por organismos como la UNESCO.

Pero cuando este derecho se vulnera, las consecuencias van más allá de la sed. Algunas personas, en zonas vulnerables, tienen que elegir entre comprar agua o comer menos. O peor: beber agua que no es segura.

Y en ese dilema cotidiano, se revela una gran falla en las políticas públicas: tratar por separado lo que debería ir de la mano.

¿Qué se puede hacer?

La propuesta de Melgar Quiñonez es tan sencilla como poderosa: dejar de ver la seguridad hídrica y la alimentaria como temas aislados.

Hay que integrarlas en una sola estrategia, en la que se garantice el agua no solo para beber, sino también para producir alimentos que realmente lleguen a quienes los necesitan.

Además, urge generar más y mejores datos sobre cómo se distribuye el agua y quién se está quedando sin ella.

Eso permitiría diseñar políticas públicas más efectivas, que partan de la ciencia y tengan impacto real en el bienestar de las personas.

En resumen

Así que si alguna vez pensaste que el agua solo sirve para calmar la sed, piénsalo otra vez: también es el ingrediente invisible de cada comida.

Y protegerla no es solo una cuestión ambiental, sino de dignidad humana.

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