El 14 de octubre de 2023, aproximadamente a las 11:30 de la mañana, un eclipse anular hará que en Campeche y la península de Yucatán se forme un aro de fuego alrededor de la Luna y que el cielo se oscurezca.
Mientras que el 8 de abril de 2024 (cinco meses y 22 días después) en México se podrá ver otro eclipse, ahora total, que ocasionará que en Sinaloa, Durango y Coahuila la luz solar se esfume del todo y que, durante poco más de cuatro minutos, se haga de noche en pleno día.
¿Pero cómo es posible que un objeto tan relativamente pequeño como la Luna pueda tapar al Sol, en especial si consideramos que este es tan voluminoso que, en su interior, ella cabría aproximadamente 65 millones de veces?
Lo que sucede —explica el profesor Franco— es que en el firmamento ambos parecen de tamaño idéntico. Esto se debe a que, aunque nuestro satélite posee un diámetro 400 veces menor al del astro, también está 400 veces más cerca.
Es como si colocáramos a lo lejos un balón de soccer, tomáramos una canica entre nuestro pulgar e índice y la acercáramos a nuestro ojo justo hasta el punto donde esta luce igual de grande que la pelota. A este delicado balance entre dimensión y percepción se le denomina diámetro angular y es lo que permite a la Luna ocultar al Sol, casi de manera exacta, al transitar frente a él.
“Sin embargo, la órbita lunar es una elipse elongada y no un círculo perfecto y eso hace que unas veces se encuentre más lejos y otras más cerca de la Tierra y, por lo mismo, si la Luna se cruza con el Sol cuando está en una posición distante su tamaño aparente será menor al del astro y casi lo tapará, mas no del todo, y dará la impresión de tener un halo luminoso por encima de su contorno: a esto se le llama eclipse anular. Por el contrario, si ella pasa por enfrente cuando está en una posición cercana, ocultará al disco solar de forma completa, el cielo se oscurecerá cual si fuese noche, habrá estrellas y tendremos uno total”.
Bajo la sombra de la Luna
Si viajáramos al espacio justo cuando la Luna se interpone entre el Sol y la Tierra no sólo observaríamos al satélite proyectar su sombra sobre una porción muy reducida del globo terráqueo, también —como el orbe gira— miraríamos a dicha silueta desplazarse hasta cubrir una zona muy alargada, cual si fuese un listón con diversos tonos de grises. A esa línea se le llama “camino de umbra y penumbra”, y es la oscuridad momentánea que el eclipse va generando a su paso.
Y si nos colocásemos al centro de esa franja, justo donde el gris es más intenso (zona de umbra) veríamos al fenómeno en plenitud. De ubicarnos en alguna de las regiones laterales y más claras de esa grisalla (área de penumbra) lo apreciaríamos de manera parcial.
“El eclipse anular del 14 de octubre próximo —el cual ocultará al Sol en 90.5 por ciento— iniciará su recorrido en el océano Pacífico, ingresará a Estados Unidos por Oregón y avanzará hasta salir por Texas. Cerca de las 10:45 horas entrará en México a la altura de Campeche, bajará por la selva hacia Calakmul y luego seguirá por parte de Quintana Roo y Belice. Dicho trayecto llegará a Centroamérica, continuará hasta Brasil y, finalmente, concluirá en el Atlántico”, detalla el profesor José Franco.
El evento que atestiguaremos en México el 8 de abril de 2024 la Luna ocultará por completo el espacio que ocupa el Sol en el cielo, como una pieza de rompecabezas que embona en el lugar preciso.
“En esta ocasión el eclipse será total e iniciará en el océano Pacífico; entrará a América por Mazatlán y de ahí subirá hacia Durango, Torreón, Cuatro Ciénegas y Monclova. Luego ingresará a Estados Unidos, seguirá hacia Canadá y saldrá por el sureste de ese país para finalmente extinguirse en el Atlántico”.
En el origen mismo de la historia
El eclipse más antiguo del que se tiene registro ocurrió hace tres mil 245 años, el 5 de marzo del 1223 a. C., en la ciudad de Ugarit, y de ello da cuenta una tablilla hallada por arqueólogos en la actual Siria. En las inscripciones talladas sobre el objeto de arcilla puede leerse: “En el día de Luna Nueva, del mes de hiyaru, el Sol se escondió avergonzado”.
Más que algo anecdótico, este dato es fuente de información valiosa, pues además de evidenciar que en los últimos tres mil años la rotación terrestre se ha modificado poco o nada, a nivel antropológico demuestra que, desde el inicio mismo de la historia, el humano comenzó a consignar los fenómenos astronómicos y a intentar explicarlos.
Con información de la UNAM