Es común y normal que los desacuerdos se generen en una organización, pues al estar conformada por personas cada una tendrá opiniones, contextos, ideales y perspectivas distintas.
“Si a usted le gusta jefe, a mi me encanta”
¿Y qué crees? son necesarios, no es bueno que no existan, pero tampoco es bueno que existan en desproporción. La magia es aprender a dimensionarlos de la forma idónea para que el aprendizaje suceda. Cuando no existen los problemas, significa que los colaboradores no están siendo capaces de expresar sus emociones, opiniones o aportaciones con la proporción adecuada que corresponda y el peligro está en que tarde o temprano la bomba explota.
Primero lo primero…
Sin embargo, también es clave comprender que aunque se usen como sinónimos, no lo son.
Un conflicto es una situación difícil de resolver pues las partes involucradas están centradas en defender sus propias razones, o sea, la terquedad por delante, el “nadie sobre mí”, “yo tengo la razón”; la energía se concentra en eso y se deja de lado la situación por resolver.
Un problema es un estado tenso entre personas que pese a tener diferencias, las hacen conscientes y centran sus esfuerzos en generar solución a la tensión; por ejemplo, “llegamos tarde porque la ruta elegida no fue la más rápida”, en vez de calificar de inútil o incompetente al conductor, mejor se enfocan en encontrar en llegar al destino en el mejor tiempo posible, en las mejores condiciones.
Todo problema tiene una solución…
Para solucionar un conflicto, para llevarlo a ser “problema”, debemos identificar lo que lo causa, analizar, definir objetivos y generar alternativas, pero además luego elegir una de ellas, la más apropiada y por último pero no menos importante, evaluar los resultados.
De que se puede, se puede… aunque lo que se requiere para ello también, y muy importante es la voluntad…
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